sexta-feira, 28 de maio de 2010

Mis Camelias - 9

Raúl Iturra

La flor crece y brota.

Había dejado a Camila en su crecimiento normal, con algunas ideas de su vida adulta, que fue necesario adelantar para explicar su crecimiento y sus deseos de reivindicar lo que le parecía injusto. No he abandonado a Eugenia que tenía otras maneras de reivindicar. Nuestras dos Camelias eran especiales. No estoy seguro si llamarlas Camelias [177] o Orquídeas [178], esas dos lindas flores que tengo en mi estufa fría, o pequeña casa para guardar las flores y protegerlas de sol y de la lluvia. Como el lector puede entender, es una metáfora [179] porque son las flores más lindas del mundo, y nuestras hijas, son las niñas más lindas del mundo, para nosotros y para muchas personas. Si desvío los ojos para la izquierda de mi secretaria, donde escribo, veo una foto de Camila, una foto linda que le fue tirada un día cualquier, por una señora de una revista inglesa, en la ciudad de Brighton, cuando ella cursaba Ecología en la Universidad de Sussex. Ella preguntó por qué quería tomar una foto de ella, y la señora respondió, porque es linda y tiene aire de princesa, ese mismo aire con que era reconocida por la familia de mi amiga del alma y colega en el Laboratorio de Antropología del Collége de France, Marie-Elisabeth Handman, en Paris. Es verdad, tiene un andar muy seguro, un porte altivo y es de una grande amabilidad con todas las personas. Esa foto de los años 90 del Siglo XX, nunca me ha abandonado, como todas las otras de mi familia pequeña y de mi familia extensa. Así como colecciono flores para me distraer, voy guardando también fotos para recordar. Para recordar lo que amo a mi familia, que está lejos de mí, pero que vive en mis sentimientos y en las visitas que me hacen o que yo hago a todas ellas. La metáfora de Mis Camelias, viene del nombre de Camila, escogido por mi mujer cuando estábamos en Londres, con Eugenia, otra vez en el hospital, por haberse alimentado con comida que estaba fuera del plazo de validad. Más una enseñanza de nuestras hijas para sus papás, que no tenían la experiencia de ser progenitores. Había un bebé, por nombre, Camila. Gloria quedó tan prendada de la niña, que decidió poner Camila a su próxima hija, que aún no estaba creada, pero ¡acertó de lleno! Como es habitual en ella. Siempre sabe y, tengo la impresión, de que nunca se equivoca. No estoy a honrar a la madre de mis hijas, es apenas mi experiencia a lo largo de los años en que hemos estado unidos, porque nos amábamos y, después, por las hijas que tuvimos y por los hijos que perdimos y, más tarde, por los nietos, vivos o muertos. Es lo que yo llamaría una mujer llena de fortaleza, serenidad y emprendimiento. Como se dice en Chile: una mujer con agallas [180]. He buscado todas estas alternativas porque no solo la madre de mis hijas es una mujer con agallas, nuestras hijas también lo son, y con mucha fortaleza. Supieron vivir bien el mundo sin familia que teníamos y lucharon tenazmente para conquistar lo que son hoy en día, cada una en lo suyo, que voy a narrar. Sin dejar de hacer un comentario antes. Los hombres latinos no sabemos confrontar mujeres con agallas, mujeres fuertes, como las que he tenido en mi familia: mi suegra Amanda, mi mujer, nuestras hijas. Rápidamente entramos, por así decir, en coma.


Este hecho de mujer con agallas, es muy típico de Eugenia. Nunca olvido el día de Navidad, cuando ya estudiaba ciencias para prepararse para ser psicóloga, en su preparación preuniversitaria, denominado Hills Road Sixth Form College [181], paso previo para entrar, con saber especializado, a la Universidad de Sheffield, en el Norte de Inglaterra. Tenía la fiesta de fin de año, a la cual debía asistir de traje largo y oscuro, era una fiesta de etiqueta. Era una fiesta elegante. Pero como éramos, en ese tiempo, exilados sin recursos, ella tuvo que hacer el vestido, convertir un traje antiguo adquirido en lo que se denomina una feria libre o jumble sale, para vestir un traje adecuado. Era Navidad, la familia junta celebrando la fiesta ritual en nuestra casa de Cambridge. Cuando acabó de remodelar su vestido, faltaba una hora para ir. Vendría a buscarla, de automóvil, su compañero de fiesta, un colega de aulas. Estaba muy cansada ya: estudiaba y preparaba sus estudios en casa y hacía su ropa también. A pesar de todo, danzó toda la noche: quería divertirse, lo menos que podía querer una niña púber que trabajaba tanto. Durante el baile, su compañero le pisó el vestido, que cayó y dejó la parte alta del cuerpo... ¡al descubierto! Ella no se avergonzó, subió el vestido como si nada hubiera pasado y continuó su danza. La mejor defensa para quién, sin querer, comete una gafe... como si nada hubiera pasado. Se moría de la risa cuando lo contó al día siguiente. Claro que el precio fue caro: ella iba al baile con uno de los jóvenes que más admiraba, el mejor de su clase, ¡y lo perdió! Pero ganó otros, tantos, que perdí la cuenta. Nuestra hija Eugenia era una mujer de agallas. Pasábamos horas del día a dictarle textos desde un libro, para ella aprender a escribir sin faltas de ortografía.

 Cotejábamos texto oído y escrito por ella, con el libro que yo había leído, y corregía sus fallas, faltas que no siempre eran muchas, pero que existían. Era evidente que existían, porque se estaba a formar y no sabía todo. Si supiera, era poco necesario ir a la educación de enseñanza superior. Estas instituciones han sido pensadas para preparar a los jóvenes para ser ciudadanos de saber intelectual y entregar alguna contribución a la sociedad civil. Eugenia estaba decidida a ser Psicóloga Clínica, para lo cual debía asistir, después de los tres años en la Educación Superior, a estudiar solo Psicología en la Universidad de Sheffield, escogida por ella. Había sido aceptada en varias Universidades que tenían Psicología en sus planes curriculares. Me preguntó si debía ir a todas las entrevistas, mi respuesta fue rápida y sintética: Hija, a todas. Así aprendes lo que son las entrevistas, comienza por la que te parece menos importante, comparas los currículos, aprendes a decir lo que ellos pretenden de ti y te preparas para la que te parezca mejor. Normalmente, los jóvenes británicos hacen un interludio entre la preparación para la Universidad y su entrada en ella. En 1989, Eugenia lo hizo y se transfirió a Chile, como miembro de Amnistía Internacional, para visitar a sus primos consanguíneos, presos por la dictadura que había en Chile en esos años, como he narrado en otros textos míos. Lo que vio no le agradó y fue lo que la impulsó, como última decisión para prepararse para la profesión de psicóloga. Así lo hizo, fue entrevistada por todas las Universidades, como he dicho antes, fue aceptada en todas y ella escogió Sheffield [182], por dos motivos. El primero, me pareció emotivo: estaba lejos de casa... de la cual ya estaba aburrida. El segundo y, para mí, el más plausible y lógico, era el de ser la Universidad más experta en Psicología Clínica de la Infancia, su vocación. Había un año común para las varias especialidades, y dos de especialización en Clínica, años en los cuales comenzaba ya a tratar de clientes, o pacientes como son llamados por las ciencias que curan las persona, física o emocionalmente. Palabra que siempre tengo luchado en contra, por ser una palabra que coloca al ser humano en una situación especial, descatalogado de entre los otros. O, también, subyugadora de las personas hipocondríacas [183], que siempre adoran estar enfermas siempre enfermas, y que sus conversaciones giran siempre en torno de sus enfermedades y de lo bueno que son sus médicos, cuál la mejor receta y cómo ésta le había hecho tan bien. Normalmente, los peritos en cuidados de seres humanos, recetan placebos [184], esas píldoras que están hechas de... azúcar, pero que el hipocondríaco piensa que es lo mejor que hay, los clínicos las recomiendan y ellos sanan… Personas que piensan que el centro de la vida es su salud siempre deteriorada. Hasta donde mi larga experiencia me dice, son seres humanos que nada más tienen que hacer en el mundo, excepto estar siempre preocupados de ellos y cuentan y cuentan sus enfermedades hasta el cansancio de los que oímos. Normalmente, personas que no saben trabajar por sentirse enfermas: las persona habilidosas, nunca dejan de trabajar, aún cuándo tenga gripe, no se quejan y se distraen con lo que hacen, hasta mejorar.

No tengo abandonado a Eugenia. Todo lo que tengo escrito hasta ahora, está relacionado con su vida profesional. En mi sentimiento de papá, creo que, hasta el día de hoy, hay otros factores que llevaran a nuestra hija a formarse en Psicología. Quizás, el primero sea su creencia de que yo las había abandonado a una edad muy temprana. Lógicamente ella sabe que no es así, pero emocionalmente aún vive el castigo que se ha dado a sí propia cuando pensó, en sus quince años, que me habría ido de casa porque ella y su hermana pedían mucho y yo tenía que trabajar más para satisfacer sus pedidos. En esa edad hizo una crisis de anorexia [185], esa enfermedad material, real, fabricada para llamar la atención cuando una persona se siente traicionada o abandonada. Quien la ayudó a pasar esa etapa emotiva de su vida, fue mi cuñado, el psicólogo Miguel Toro, exilado también en Gran Bretaña, que trabajaba como investigador clínico en la Universidad de Southampton, marido de mi hermana Diplomada en Análisis Psiquiátrico, con grande éxito también en su actividad de profesora de esa Universidad. Puede ser también, el hecho de que nunca fue abandonada por mí, estaba siempre con ellas en los intervalos de la vida académica, vacaciones y fiestas. Los dos salvaran a nuestra hija, quien, hasta el día en que escribo estas palabras, piensa que la dejé sola. Siempre me ha dicho que la casa conmigo, era otra cosa: llena de gente, con juegos de mojarnos con agua que llevábamos del baño a las escaleras de los tres pisos, esos días que Gloria no gustaba por ensuciar la casa que ella debía limpiar con nuestra ayuda. Mi respuesta era siempre la misma: ¡Mujer, así adelantamos trabajo, es solo secar y queda limpio! Limpieza que hacíamos nosotros, más bien yo, nuestras hijas eran muy mimadas, siempre que estaba con ellas, hacía la comida, limpiaba las alfombras, lavaba las paredes. Hasta que inventé el juego de las competencias: quién hacía todo más rápido, dejaba la casa más limpia y las paredes blancas. Todo lo que era juego, era un placer para ellas, especialmente con el papá, que las divertía, mientras la mamá, que a veces jugaba, imponía el orden que yo no sabía organizar dentro de casa: para las cosas serias, estaba el Departamento, mis estudiantes. Para mí, estar en la casa era sólo alegría, adoraba jugar con nuestras hijas. Gloria imponía el orden, yo hacía oídos sordos.

En el tiempo que Eugenia, años después, comenzó con su bulimia se exhibía, una de las características de esta disfunción alimentar-social. Tenía el placer de mostrarme como comía apenas pan con lechuga y vinagre, muy raramente. Comía y reía cuando lo hacía enfrente de mí, para mostrarme que era una persona importante e interesante. Fue mi mayor tristeza que así pensara y sintiera, tristeza que tuve que curar en un prolongado psicoanálisis de diez años, por causa de su enfermedad, entre otras tristezas de la vida. Sea Eugenia, sea yo, quedamos curados. Sin embargo, me cuenta las horas que yo llamo, las veces y solo puedo hablar con sus hijos cuando tiene gusto y gana. ¡Paciencia! La vida no es ni ha sido una felicidad eterna y pago por mis culpas atribuidas, ya narradas.

Acabada la Universidad de Sheffield, se trasladó a Portugal para hacer un Diploma en Psicología Clínica en el Instituto Superior de Psicología Aplicada, el I.S.P.A., que era lo que ella más quería. Estuvo conmigo casi tres años, mi mujer la visitaba y Camila también. Acabado el Diploma, comenzó a ejercer su profesión en el puesto clínico estatal del barrio lisboeta de Miraflores, donde trataba pacientes drogados bajo la orientación de, en esos tiempos, mi amigo Alfredo Frade [186], y su mujer Lurdes. Tuve que pagar un precio por los favores hechos a Eugenia, al orientar la tesis de Licenciatura para el I.S.P.A., de su nueva mujer, Lurdes. Alfredo Frade trataba a personas drogadas, que no era lo que Eugenia quería. Por eso, más tarde, cambió para trabajar para el Estado portugués en el denominado barrio de lata Casal Ventoso, en el cuál ella entraba cómo y cuándo quería. Era una niña joven y sin miedo. Yo quería saber cómo era ese famoso Casal Ventoso, donde la droga era traficada, ese tráfico con la complicidad de la policía, del cual vivía la población. Fue en ese sitio donde Eugenia encontró su camino dentro de la Psicología, era la que trataba de los niños abandonados por sus padres. Como hace hoy, ya casada y con hijos, en el Hospital de Utrecht, después de haber trabajado en el de Ámsterdam. Eugenia trabaja con hijos de inmigrantes y tiene especial cuidado en habituarlos a vivir dentro de una cultura tan diferente a la suya.

Pero eso fue después. Cuando observé que Eugenia se comportaba como los portugueses, le pedí que se fuera para el sitio que quisiera y buscara lo que fuera más conveniente. Así fue que la fleté desde Portugal y paró en Holanda. Hasta el día de hoy.

Un día, en Ámsterdam, en la casa que compartía con su colega de universidad, el economista Stephan van Rhee, leíamos los periódicos en inglés en busca de trabajo para ella. Aparecía un aviso del Hospital de Ámsterdam de que necesitaban una psicóloga, de preferencia sin mucha experiencia, para ser formada en el Hospital, en cuánto atendía a sus pacientes. Eugenia decía, voy o no. De inmediato su colega y yo saltamos y dijimos: no vale la pena esperar, es mejor ir, si resulta, tienes trabajo, si no resulta, continuas a trabajar en tu proyecto estatal contra la droga [187], que era un proyecto que le ocupaba apenas parte de su tiempo, ganaba poco, podía estudiar e ir a sus clases, todas dictadas en Neerlandés, o Holandés, como es llamado comúnmente. Eugenia estaba poco animada y dijo: yo voy, si el papá me acompaña. Dije que sí, fui con ella ese mismo día, pero su naturaleza autónoma la llevó a decirme que era mejor ir sola y que yo la esperara en la estación de trenes. Como padre muy interesado en el crecimiento de sus hijas, de inmediato dije que sí, si así ella lo quería y no di ninguna instrucción, porque ya era una mujer adulta. En mi entender, ella sabía lo que hacía y si no quería que el papá estuviera en todos los sitios, como es evidente me quedé en la estación. Dijo que en media hora estaba de vuelta, me sonreí y respondí que seguro que iba a ser más tiempo. Como es habitual en mí, pedí en inglés - el Neerlandés lo vendría a balbucear más tarde, cuando Eugenia casó y ella y su marido [188], nos dieran dos hermosos nietos Tomas Mauro, hoy con diez años, y Maira Rose, con siete en esta fecha. Ese día, como yo estaba cierto, esa premonición que tenemos los padres de hijos en crecimiento, pasaron casi dos horas y Eugenia no volvía. Bebí otro carioca de limón, con la receta de su confección explicada por mí, en inglés, hasta que a las cinco de la tarde, desde la dos y media que yo esperaba, Eugenia apareció toda contenta y muerta de la risa. Reía tanto, que no podía hablar contar como había sido la entrevista. La entrevista había sido, pero muy amable, casi una chacota [189]... Esa palabra castellana, muy usada en Chile que significa divertirse.

En Utrecht [190], solo se hablaba de familia, para, como dice ella, no ensuciar la casa con problemas de trabajo. Además, yo pagaba su matrícula en las Universidades, pero ella pagaba sus estudios con su trabajo en el Hospital, más una mujer de agallas, como ya he definido antes, dentro de la familia. Eugenia no sabe lo que me hace falta, lo que la necesito, el placer que me da hablar con ellos. En mi caso, me he encontrado una excelente madre, con la cual solo puede hablar cuándo no interrumpo su vida familiar, lo que me parece muy razonable. Gloria hace lo mismo, solo habla con Eugenia cuándo ella la llama por teléfono. Esa excelente madre, solo me permite hablar durante el fin de semana, con ella o nuestros nietos. Es el problema de las culturas diferentes: yo soy latino, un padre que gusta cobijar, como las gallinas, a sus hijos y nietos bajo sus alas, porque necesita de sus hijos y nietos. Ella, antes muy británica y hoy, muy holandesa, solo permite hablar durante el fin de semana, y no estando ella, nuestros nietos tienen la orden de no atender el teléfono.

La vida no está hecha de quejas, también de alegría y saber. Especialmente cuando se tiene una familia tan delicada y dedicada, como nuestra pequeña familia. Este orgullo de hija, estudió lo que quería en dos Universidades de Holanda, que he aprendido a llamar Neederlands [191].

Una de las Universidades en las que estudió Sicología Clínica, fue la denominada Vrije Universiteit[192], que en Castellano sería la Universidad Libre o Liberta de ataduras que orienten su currículo, como comenta en la nota al pié de página que existe en Ámsterdam y Bruselas. Los estudios están basados en las descubiertas de Burrhus Frederick Skinner [193], el creador de la teoría analítica del conductismo, que experimentó primero con palomas, antes de aplicar su teoría en seres humanos. La idea de Skinner es que la conducta humana está condicionada por la cultura, la educación, el medio ambiente, la lengua que se habla y otros factores, enseñados en la Universidad Libre, y que están citados en la nota al pié de página. En síntesis, la teoría de Skinner, que he aplicado varias veces en mi vida de Etnopsicólogo, define el comportamiento humano como resultado de un condicionamiento conductual, lo que probó durmiendo en una tina de baño dos horas, acostándose siempre a las 10 de la noche, durmiendo tres horas, trabajaba otra vez a las tres de la mañana y adormecía a las cinco de la madrugada, a las diez de la mañana otra vez, y así durante el día todo. Su triunfo era que el ser humano podía controlar su mente, condicionándola. Así vivió hasta los 86 años, con una mente lúcida y activa, abatida por la enfermedad terminal de leucemia. Skinner no tuvo muchos seguidores porque no trataba de las emociones, pieza fundamental de las teorías de Freud y Lacan, para el psicoanalices.

Fue este tipo de teoría que nuestra Eugenia estudió, durante su crecimiento y que aplica a todo ser humano, incluyendo su familia en casa y los lazos externos, como sus padres, y tíos. Es por eso que el día en que me llamó fuera del horario estipulado para anunciarme el problema de Camila y su bebé en útero, dijo: Dad siéntate primero (Dad, sit down, please) lo que yo no hice, porque de inmediato tuve una premonición, resultado de mi propio condicionamiento: Camila embarazada, Eugenia a llamar en un día de semana, dije de inmediato: Is about Camila, isn"t it? Intrigada, preguntó cómo es que yo sabía. Le dije que saber, nada sabía, pero que ser papá da una premonición. Ella relató el caso brevemente, llamé de inmediato a Gloria que estaba en Chile para que no fuera a llegar sin estar advertida. Pero, ella ya sabía, como me contó mi cuñada María Eugenia. Camila había llamado a la mamá esa mañana para advertir que no todo estaba bien con su embarazo. Gloria no sabía los detalles, por lo que, al día siguiente, calculé las horas, la llamé y le conté la historia, que ya sabía porque Camila y Felix estaban con ella. Los comportamientos condicionados tienen límites, que se llaman devoción, amor, cariño, dedicación, amistad, pasión, todos los afectos que Skinner tuvo casi de gratuidad[194]. Esa forma de vida que, entiendo, todos pueden tener, si son disciplinados en su trabajo y tratan su cuerpo como es mejor, tengan o no sus propios medios para vivir una vida sana y organizada.

Así entiendo a nuestras hijas, especialmente a Eugenia, quién, en mi observación, tiene solo tres amores en su vida: su marido, que no es conductista pero es holandés, es decir, disciplinado por el hábitat luterano y calvinista en que vive, y sus dos hijos, que han aprendido otra forma de vida con sus padres. No piensan en sus padres, nosotros, los abuelos, que somos de una generación diferente y de una cultura latina, el reverso de la medalla de los europeos del Norte. Tuvieron la suerte de tener padres disciplinados, nosotros, los abuelos, que sabemos tratar de nosotros como adultos mayores que somos. También el conductismo ha servido a nuestra hija Camila y a su marido Felix Ilsley para aliviar el dolor que les ha causado, en su crecimiento, la entrada en la eternidad de su primer hijo. Suerte de ellos también, porque los abuelos disciplinados no han querido interferir en las vidas de ellos. Debo confesar, sin embargo, que siempre estuve al lado de ellos y a saber sus noticias, por mis amigos de toda la vida, Leonardo Castillo y Patricia Burns. Con Gloria no podía contar porque decía no saber nada, especialmente el día de la operación de nuestra hija. Allí las teorías de Skinner fallan. Patricia decía que no iba a llamar a Camila y no llamó, aun cuando estaba muerta de deseos de apoyar, pero ella misma reconoció que el mejor apoyo, en este nuevo crecimiento de Camila, era dejarla sola con el padre de su hijo y con Gloria, que de forma recatada y silenciosa, iba a casa de ellos, cansada como estaba por no haber entrado aún en el huso horario de Europa, después de seis meses en Chile en el huso horario chileno. Otro aspecto dónde falla la teoría, es en la relación de marido y mujer, Eugenia decide, pero siempre pregunta antes a su hombre, quién está siempre de acuerdo con ella. La vida de ellos es de harmonía y paz. Es por eso que no soy muy bien recibido en casa de ellos, porque deshago la disciplina conductista de Tomas y Maira, nuestros nietos. Es casi como ver la relación entre el hijo de una enamorada del carácter Jerry MacGuire [195] y el hijo de su enamorada. Enamorada que criaba a su hijo por los dictados de Skinner, teoría muy popular en los Estados Unidos. Alivia el peso de la carga de trabajo al levantarse a las seis de la mañana, trabajar hasta las tres de la tarde y dedicar su tiempo a su familia después, o a actividades culturales y deportivas.

Eugenia tuvo que aprender las teorías del conductismo, que era la base del Departamento de la vrije Universiteit, base de sus estudios. Como no estaba agradada, pasó al existencialismo, referido en la nota al pié de página al final del libro, y de allí, a las teorías de la del Desenvolvimiento. Pero su experiencia con el conductismo la marcó para siempre, por lo que he podido observar. Sin embargo, un regalo que me hizo en Diciembre de 1999 en la casa de Cambridge, donde fue con su enamorado Cristan, muestra que su formación en Psicología del Desarrollo, marcó mucho su saber clínico.

Por causa de cambiar las leyes, la Universidad Libre no daba títulos válidos. Fue necesario que Eugenia, quién ya había hecho un Maestrado en la Universidad Libre, hiciera otro en la Universidad oficial de Ámsterdam[196], esos maestrados que duran mucho tiempo entre clases y tesis, pero que Eugenia hizo en tres meses, porque ya sabía mucho e hizo aplicar una ley que reconociera que sus estudios en su primera universidad de Holanda, fueran convalidados por la de Ámsterdam. Fue necesario contratar una Señora Abogada, con quién hasta hablé al teléfono desde nuestra casa en Portugal y, con toda simpatía, aceptó, después de todas las escaramuzas por las que ella había pasado.

Como parte de su formación, Eugenia debía realizar una terapia en psicoanalices con una de sus profesoras y pagar por eso. La terapia no puede ser gratis, si no se paga, lo que es lo más difícil cuando falta el dinero, la terapia no se siente como propia, como una inversión en nuestro cuerpo y mente. Parte de la terapia era llevar a la familia para oír a los padres y hermana, lo que aconteció con nosotros. La familia toda se desplazó desde Cambridge y Lisboa, para asistir a una sesión de terapia de grupo. La terapia consistía en que ella llevara a la familia a su costo. Pero como la familia estaba muy lejos y era muy caro para Eugenia pagar todo, en silencio le di el dinero y así pretender que ella había pagado todo. Estaba a romper las reglas del analices, pero era peor si ella no llevara a la familia. Nada dije, ella a nadie lo refirió, es la primera vez que lo hago público. a quedar bien peor el asunto. Referí apenas que estábamos donde estábamos, por mi causa, por haber sido expulsado de nuestro país y ser parte de los socialistas de campo de concentración. Que mi hija cuando me había visto de vuelta del campo de detenidos, pensaba que yo era otra persona y que durante muchos años, así lo había creído: yo estaba muerto y la persona al frente de ella, era otra con la cara del papá, como hacían en las películas que siempre veía, esa de Misión Imposible. La terapeuta, holandesa judía y que había estado presa también durante la guerra, dijo que era importante lo que yo había narrado para la salud psicológica de Eugenia. Al acabar la sesión, salimos todos, excepto Eugenia, que tenía que hacer una síntesis con su terapeuta y pagar la sesión. Esta vez, pagó de su propio bolsillo. Para alegrar un poco la vida, cuando todos salimos en bicicleta para casa de Eugenia, le compré a todas un grande ramo de flores, se lo ofrecí a Gloria, quien no lo aceptó, se lo di a las niñas, quienes pasaron partes del ramo a la mamá. Para alegrar más la vida aún, las convidé a andar de barco por los canales de Ámsterdam y a contar la historia de Ana Frank.

Lo más lindo, es lo que tengo en mis manos: el certificado de post doctorado de Eugenia, donde puedo leer en Neerlandés: los abajo firmado, reconocen que Eugenia E. Iturra ha pasado, de forma notable, sus exámenes para ser analista, con el título de Post Doctora en Psicología del Desarrollo, certificado firmado por el Decano de la Facultad y el Secretario de la misma, el primero Catedrático con Doctorado y post doctorado, el segundo, con su primer Doctorado.

Eugenia había trabajado, costeado sus estudios, pasó todas las barreras, especialmente la más importante: la del amor. Había encontrado al hombre de su vida, Magíster en Museología, pintor de lindos cuadros, que cuestan muy caros, en euros o guineas en aquel tiempo, y que coronó su vida, por ahora, al ser normado Director de un Museo en Utrecht y supervisor de varios. Lo mejor de nuestro yerno es que dedica mucho tiempo a su familia, les ha hecho una casa muy grande, y aún tiene tiempo para leer.

Hemos ganado dos Camelias, con sus brotes: sus hombres y los hijos que han tenido, que han juntado, de nuevo, a la familia. Nunca olvido el matrimonio de Eugenia, en ese 8 de septiembre de 2001, cuando la llevé del brazo al altar y la entregué a su novio. Era una comitiva, como he narrado en otros libros

Así es que han crecido y brotado nuestras Camelias. Los brotes aún vendrán de toda nuestra descendencia, especialmente de parte de Camila y Felix, que después de Ben, tuvieron a su segundo vástago, mi nieta May Malen I Isley, hoy en día, de apenas tres meses y cinco días…. Puedo morir en paz: mi familia está... bien cuidada.

10 de abril de 2008

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