segunda-feira, 24 de maio de 2010

Mis Camélias-5

Raúl Iturra
APÉNDICE

Aunque algunas personas con poder pretendan, desde hace mucho, hacernos creer que la libertad económica es buena, lo que es una falacia. Como también es un engaño el término liberal en Europa. Véase la matización, dado que en el viejo continente y en el nuevo no significa lo mismo.
Mientras en Europa es la tendencia económica que promueve la liberación de los mercados, en América se refiere a las personas de mentalidad abierta, por lo que siendo poco estrictos, podríamos decir que son definiciones antagónicas. En Europa, ese liberalismo sería algo similar al libertarismo, pero sin sus matices anarquistas. Esa es la razón de utilizar el término neoliberalismo acuñado, creo, por Georges Soros. La libertad de mercados implica la libertad para establecer monopolios y la libertad para que el que tiene más dinero imponga sus normas, por eso los mercados deben estar regulados. De hecho existen muchos grados de liberalismo, pues bien, la escuela de Chicago estaría con aquellos más alejados de las ideas de Keynes y de Galbraith. Esta escuela ha dominado la economía mundial desde finales de los sesenta, pero a raíz de la crisis de los tigres asiáticos y el fracaso de su aplicación en Argentina, se ha iniciado un proceso de crisis. En trabajos recientes se ha demostrado que muchos de los trabajos de esta escuela y en especial de Friedman estaban realizados en un proceso inverso, es decir, primero se ideaba lo que se quería hacer y luego se creaba un estudio en el que se demostraba la validez de esas acciones, si algo fallaba después, siempre se podía culpar a factores externos. Eso pudo servir para Rusia y Argentina como explicación, pero cuando China se negó a seguir los consejos del FMI y contrato a sus propios economistas (la mayoría keynesianos) y salió fortalecida de la gran crisis asiática, el castillo de naipes neoliberal se vino abajo. En nuestro país hay grandes seguidores de Friedman, a pesar de las evidencias, pero además tienen un poder político y sobre los medios de comunicación tan grande como para censurar las teorías que no les son afines. De hecho en España existen grandes economistas de raíces socialdemócratas pero que tienen verdaderos problemas para publicar sus trabajos, mientras entidades como FAES publican los trabajos, incluso inacabados o probadamente erróneos, de "economistas" neoliberales. Respecto a los parias… quienes ha visto un paria gobernando una empresa de alto nivel, la oligarquía dominante tiene asegurado esos puestos, si quieres dejar de ser paria solo puede ser servil adlátere de segunda".

Publicado por Khamykhaze en 12:38 [57]
Decía yo, grande vuelta he dado, por causa de nuestras hijas estar enfermas muchas veces durante el año. Sabíamos como cuidarlas, pero no curarlas... ¡antes supiéramos! Porque si las supiéramos curar, estaríamos ciertos y seguros de tenerlas siempre con nosotros.

Para seguir una cierta cronología, es necesario decir que la época del neoliberalismo había comenzado[58]. Nuestras hijas nacieron en la época previa a la denominada globalización de la economía[59], es decir, cuando la teoría que orienta nuestras inversiones y nuestro mercado de trabajo, pasa a ser, mas una vez, de autoría de los propios propietarios de los medios de producción, que se apoderan cada vez más de la circulación de los bienes. No es extraño encontrar propietarios de empresas de teléfonos celulares que no sean también dueños de mercados. La riqueza, en la globalización, como había sido debatido por Marx en su libro histórico El Capital, ya citado y referido antes, se concentra cada vez más en las manos de una minoría. No es extraño que haya acontecido la ya referida guerra contra los Sunitas de Irán, cuando Saddam Hussein[60] quería controlar el petróleo, para su familia y amigos, de Irán, Irak y otros sitios del Golfo Pérsico y así dominar el mundo al ser propietario de una empresa única de la fuerza motora de las empresas, de la alimentación y del resguardo del frío y otras necesidades básicas. Al camino salió de inmediato otro controlador del petróleo del mundo, los Estados Unidos de América, y la familia que, para dominar el petróleo, conquista la Presidencia de la República Norteamericana, La familia Bus y sus aliados se han apoderado de todo el petróleo al conquistar Irán por guerra y mantener allí sus tropas, deshiladas permanentemente por los Sunitas y los Shiitas, con apoyo de los propietarios de petróleo Árabes del Golfo Pérsicos. Encontró aliados poderosos en Europa, como el Gobierno de Gran Bretaña[61] y de Alemania, "colgados" a los Norteamericanos para tener un costo de vida más barata, lo que resultó en la caída del Primer Ministro Blair y del Partido Demócrata Alemán. Pero la Alianza comienza a caer, como está referido en el texto on line, referido al pié de página[62] La impopularidad de Bush hijo es muy grande en el mundo entero.

Éste es el mundo dentro del cual nuestras camelias deben vivir y criar a sus hijos. Es, también, la razón por la cual nos preocupábamos tanto de su salud, sabiduría e inteligencia, bien como de cultivar su espíritu aventurero y de saber de ciencia. Ellas iban a vivir en un mundo permanentemente en cambio, como yo lo había pensado y escrito en mi tesis en la Universidad de Edimburgo [63].

La primera enfermedad de nuestras hijas, parece ser del cuerpo, pero, al llegar a esta parte de la historia de ellas, pienso que era más social de que biológica. Las biológicas existían y grandes sustos tuvimos con la adquirida por Eugenia en Vilatuxe, Galicia, esa de una meningitis viral, adquirida dentro de los establos de vacas, donde jugaba con sus amigas y que nos la iba matando. O la de Camila, una neumonitis, que la llevó al Hospital, cuando Gloria y yo paseábamos, para enamorar un poco, en París. Mal supimos la noticia, volamos al primer avión y corrimos a Cambrige. Lo que será narrado en el Capítulo siguiente.


Este quería acabarlo apenas con una idea: la enfermedad social causada por el capitalismo y la corrida a la guerra para ganar apoyo en inversiones y alianzas con otros países, deseosos de riquezas que no tienen, pero que, con el poder de las armas, podían tomar. Es la mayor enfermedad que ellas tuvieron que vivir, explicada por nosotros de la forma más calma y simpática posible, para la edad de ellas: Eugenia tenía 9 meses a su llegada a Londres primero y desde allí, a Edimburgo. Camila, tres, a su llegada a Londres, para ir a Sussex y Cambridge, dos sitios que, mas tarde, serían la base de su saber y su trabajo y de su reproducción.
Queda para el próximo recuerdo.

4. - Necesidad de agua
Este recuerdo de necesidad de agua, nace de un problema que tuvimos con una nuestra Eugenia de un año, cumplidos en nuestra casa de 7 Carelton Terrace. Tuvimos muchas visitas para esa celebración. ¡Era el primer año de vida de nuestra primogénita viva! Había otro antes, Diego, que se perdió. La fiesta debía ser grande. Era, para nosotros, una grande celebración. La habíamos esperado con la desesperación de los padres que pierden el primogénito, ella era ahora nuestra primogénita y única hija en esos días. No solo hija, como una dedicada compañera de familia, no teníamos a nadie en Escocia, excepto esta familia de tres, un pequeño brote de nuestra familia alargada. Pero [64]también habíamos hecho familia, con los amigos de la alegría, los Gáudio, ya narrados antes... No sólo ellos, eran también Peter y Diane Wass, nuestra casi familia. Peter era el orientador de mi tesis en la Universidad de Edimburgo, gran amigo mío, me confiaba sus intimidades y vice-versa. Era una gran amistad que nos unía que, por estar ya narrado en otro libro mío, no digo nada más. Excepto talvez que hay una cierta manera británica de amar a los amigos, que pasa muy cerca del deseo. Era lo que acontecía entre Peter y yo. Definidos heterosexuales como éramos, él quería que siempre me sentara a su lado en su automóvil, tocaba mis piernas o me tomaba de la mano, y, a veces, hasta me daba un beso en la mejilla. Cuando fuimos a la Universidad de Liverpool, para un curso de Ciencias de la Educación durante una semana, no había noche que no viniera a mi habitación, se sentara sobre mi cama y hablábamos, hablábamos por la noche dentro, y bebíamos de una botella de güisqui que yo había comprado. Conversaciones excitantes sobre ciencia, sobre las culturas de otros pueblos, sobre cómo amábamos nuestras mujeres, los amigos y sobre nosotros mismos. Era casi una relación homosexual, satisfecha apenas con conversaciones y referencias a las formas homosexuales de ser de... otros. Esa forma de cariño, aún cuando era muy permitida, era casi un permanente flirteo masculino. Los dos amábamos a nuestras mujeres y hablábamos de ellas, lo que sólo acontecía cuando estábamos solos. Era una amistad con amor, cariño, confianza, seducción ética e intelectual. Ese cariño íntimo entre hombres. Los Wass eran convidados permanentes de nuestra casa, no podíamos estar sin ellos, iban siempre iban a visitarnos, las conversaciones improvisadas se alargaban y comían con nosotros. Como acontecía con los Gáudio. Los Wass, para retribuir nuestros encuentros en Carelton Terrace, nos convidaban a su cottage en las, por ellos llamadas, High Mountains, o cerros altos o montaña, al lado del único lago que es denominado como tal, el Lake of Mantith[65]. Gloria y yo nos reíamos, habituados como estábamos a las grandes montañas de la Cordillera de los Andes, especialmente el monte Aconcágua[66], con los Gáudio, cuando también iban a esos paseos. Ellos también reían de las Altas Montañas Escocesas. Ellos eran de Argentina, compartíamos la misma Cordillera de Cumbres Altas, la de los Andes. Pero, por respetar a los Wass, solo contábamos la historia de la Cordillera, sin reírnos de sus Tierras Altas. Quién hacía más bromas, era el propio Peter, que bien sabía como eran las montañas de Chile y Argentina. Sin embargo, estaba orgulloso de tener un sitio tranquilo y reposado en el único lado del Reino de Escocia[67]. Eran días lindos y agradables, en la primera de la juventud de todos nosotros, con hijos pequeños a llorar en las noches, sin embargo: el de ellos, el pequeño Pete de Diane e Peter, Santiago de los Gáudio, y nuestra Eugenia.

Esa Eugenia que causó todos estos comentarios que desgarran el texto, como puedo apreciar. Celebramos ese día 26 de Junio su cumpleaños, convidamos a todas las persona antes mencionadas, con la presencia de esa santa Señora, mi suegra Doña Amanda. Ella no hablaba inglés, pero Peter y ella se entendían a las mil maravillas, cada uno en su lengua. El día del aniversario fue muy celebrado, con comidas especiales que mi suegra sabía hacer y que Eugenia no comía aún, por ser muy pequeña.

Ese ser pequeña, fue lo que causó que la noche acabara en el Hospital de urgencias del Royal Victoria Hospital [68]

. Había comida la típica comida de bebé, filetes de pescada congelados y mojados en harina de pan, que ella gustaba tanto. En el medio de la noche, nos despertó con vómitos que no paraban. No había taxis, tuve que correr a casa de los Gáudio y pedir a Ricardo que nos llevara, lo que hizo de inmediato, tan alarmado como nosotros. Mal llegamos al Hospital, lo primero que hicieran fue llenar una ficha de inscripción. Enervado como estaba, no hablé, grité que la niña debía ser atendida primero y que después íbamos llenar la ficha. Como nadie me oía, tomé a Eugenia de los brazos de su madre, entré a la sala de urgencias y pedí un médico de inmediato. Detrás de nosotros venía la enfermera, a la que mandé a buena parte: Eugenia era para ser la primera atendida, envuelta y todo como estaba en su frazada amarilla, que, como ya he dicho antes, ella llamaba yagua, y los papeles serían llenados y firmados después. ¡Conseguí! Eugenia y Gloria entraron a la sala de urgencias, la niña estaba deshidratada, precisaba de agua, precisaba de suero, precisaba de ser hidratada. Nuestra hija había sido muy esperada, era nuestra y debíamos tomar cuenta de ella y salvarla a correr. Nunca he olvidado esa noche de locos que vivimos. Quedé en el Hospital con ella, Gloria fue con Ricardo y vino a substituirme al día siguiente. Eugenia quedó en el Hospital algunos días. Cuando volvimos con ella a casa, había perdido varios quilos. Gloria, en su prudencia, me pedía para me calmar, le pregunté si ella estaba calma, confesó que no, pero supo como mantenerse serena, por lo menos exteriormente. Esa serenidad yo no sabía encontrar, esa calma recuperada cuando llevamos a la pequeña de vuelta a casa y comenzó a comer de nuevo, vorazmente. Como cuando era bebé y tuvo su primera enfermedad, no me separé de ella un instante. De hecho, Eugenia, en pequeña, tuvo enfermedades violentas, que precisaban de mucho agua siempre, como esa meningitis que solo podía ser tratada con penicilina y mucho suero, mucho, mucho, suero. Desde muy pequeña, Eugenia tenía nuestras vidas suspensas de un hilo.

Fue así la infancia de nuestra Eugenia. Infancia simpática y divertida, pero con muchas enfermedades. Simpática e divertida porque sabía reír y hacernos reír. Vivía mucho en el medio de nosotros, sus padres y amigos, en Escocia y en Inglaterra. En Galicia, su vida pasó a ser diferente. Tenía muchas amigas de su edad que hablaban su lengua. Los períodos en Londres y en Edimburgo fueron siempre muy cortos para aprender la lengua celta del inglés escocés. En Edimburgo tenía acompañantes adultos o niños pequeños que aún no sabían hablar. La conversación de los adultos es supuesta ser una manera de transferir ideas y palabras. Nuestras conversaciones eran siempre de palabras duras, bien pronunciadas, pasando rápidamente de una a otra lengua con facilidad. O hablábamos en inglés, o en castellano, pero con hablantes del castellano que pronunciaban de otra manera. Hablar con los Gáudio, era una forma casi imposible para ella de aprender, los acentos están colocados en otros sitios. Fuera de ellos, no había nadie más que hablara nuestra lengua, excepto nuestra amiga arquitecta Jean Laing, hija de padre escocés y madre chilena.

Creo que cometí un error con Eugenia. Siempre fui de la opinión de que a los niños se les debía hablar como se habla con los adultos, con palabras llenas y bien pronunciadas. En ese tiempo de mis veinte y lgunos años, aún no había descubierto lo que hoy denomino la mente cultural[69]. Hubiera sabido esto antes, Eugenia habría aprendido a hablar mucho antes. En la realidad de la vida social, existe lo que se denomina el baby-talk, o forma de hablar como bebé, de parte del adulto, que imita palabras dichas por un niño o niña pequeños. Ese hablar de bebé, o hablar de guagua[70], como se denomina a los bebes en Chile, es muy practicado por los adultos cuando ven a una criatura nueva. Son sonidos que nacen de la emoción, del cariño, no de conceptos o definiciones o explicaciones. Pienso, por lo que he visto en mi vida, de que los adultos mayores lo practican con más frecuencia que los adultos jóvenes. Ese mimimimi, poipoipoipoi, o decir a una bebé: Tá? Nohtá, repetidas veces, tapándose la cara con un pañuelo o escondiéndose detrás de una silla o mueble, y aparecer de repente, hace que el niño-niña se rían y entiendan las palabras por la mímica de la acción. Hoy en día, muy al contrario de lo que era mi opinión antiguamente, hasta recomiendo que se hable de esa manera con los niños. En mi arrogancia paterna, pretendía que nuestra hija hablase como "debía ser", desde su más tierna edad. Recuerdo, y si yo no recuerdo bien, Gloria me corregirá, que Eugenia comenzó a hablar apenas a los nueve meses de edad, apenas con sones emitidos por ella. Típico era: "papapapa", o, jugar en silencio con sus muñecas, entrando y saliendo de nuestra sala, su casa encantada, donde solo ella existía con sus bebés, dándoles de comer, alimento que ella también engullía, imitando a su madre a darle de comer, comiendo su madre también. Era una pequeña muñeca ella misma, siempre vestida en trajes de lana azul oscuro, esa especie de uniforme que Gloria había tejido para ella en su máquina de tejer en Chile, hechos para crecer junto con ella, heredados más tarde por Camila.

Eran días lindos y tranquilos en nuestras dos casas sucesivas de Edimburgo. Cuando Eugenia comenzó a aprender a hablar y jugar, a los casi dos años de edad, le gustaba salir sola al patio de enfrente de nuestra segunda casa de Edimburgo, en Carelton Terrace, nos mandaba entrar dentro de casa para no tener personas para testimoniar sus juegos, especialmente a sus padres, llamaba a las personas que pasaban por la calle, con su pequeña voz, diciendo: "Hey, Mister, look...", se bajaba los calzones y les mostraba su gordo trasero a los puritanos presbiterianos escoceses que pasaban por la calle. Nosotros, los papás, muertos de la risa, la veíamos en estas actividades eróticas para su edad y no sabíamos muy bien si era correcto o no. Quien mandó allí fue ella. Cuando finalmente, un día, se despojó de los calzones y se levantaba la falda para mostrar su vientre, pensamos que era necesario distraerla. Nunca la avergonzamos o castigamos, siempre le dábamos una alternativa para ella realizar. Normalmente, dulces o comida. Porque, aún delgada como ella era y es hoy en día, era muy buena, como se dice en el chileno castizo, muy buena, repito, para el diente[71]. Con la comida, la distraíamos de sus naturales juegos con otros seres humanos que ella no conocía. Hubo, sin embargo, un día en que tuvimos que encerrarla en casa con una cierta fuerza. Había pasado una señora muy presbiteriana, que tocó el timbre de la casa y nos dio una lección de que a los hijos había que criarlos de otra manera. La lección la oí yo, pedí a Gloria y Eugenia para entrar dentro de nuestro departamento y fue un debate de casi una hora. Fue preciso pensar de nuevo antes de permitir a nuestra hija exhibir su cuerpo enfrente de las personas. No fue difícil, duró esta tendencia una semana y después, se olvidó. No era difícil olvidar, ella no recibía azotes en las nalgas, que excitan a los niños pequeños, como comenta Alice Miller en una de sus obras[72] y comenta Tom Johnson en su texto que cito al pié de página[73]. Nuestra hija no era castigada, no era batida en parte alguna de su cuerpo, por lo que se sentía libre de exhibirlo. No estoy, con esta frase, a aconsejar castigos, pero sí, educación. Normalmente, los analistas tratan de los problemas y no enseñan como los padres se deben comportar con sus hijos, de forma habitual y por costumbres culturales cada país. Ahí, los Etnopsicólogos estamos en ventaja, al comparar las varias formas de comportarse con los niños entre las diversas culturas del mundo, los más nuevos de nuestra generación. Castigar[74] es difícil, pienso yo, pero es aún más difícil, criar a la infancia de forma de darle a entender lo que pasa en la vida real. Por otras palabras si castigar es difícil e me parece una infamia de los adultos, es más difícil, sin embargo, formar el pensamiento, tentar organizar esa cabeza nueva que está a comenzar a adquirir conceptos, ese receptáculo denominado por mí mente cultural, bien como saber transferir pensamientos positivos para estructurar los sentimientos de los pequeños.

Talvez, una digresión no haga mal. Los niños son como las plantas que necesitan ser regadas. El problema de todo jardinero es saber cuánta agua debe ser colocada en cada planta y qué plantas deben de ir al lado de las otras para que las plantas que precisan de mucho agua no maten a las que precisan de poca, o las que precisan de mucha, no ahoguen a las otras. Ser jardinero, es un saber delicado, normalmente adquirido con experiencia y con práctica. La diferencia entre plantas y niños, es muy grande. Para criar plantas, se puede experimentar; para criar niños, experimentar es un peligro muy grande. Es por eso que todo padre nuevo necesita el apoyo de los más viejos de la familia, que ya tienen pasado por el proceso material y ritual, de enseñar niños, de criar. La creación de nuevos seres es un problema sujeto a debate. Y, de hecho, el debate está siempre en abierto. Como ya comenté antes, saber ser papá y mamá, es un saber que se adquiere con el tiempo, con la experiencia. Hay grupos de padres que se juntan solo para debatir la cuestión de cómo educar a los descendientes, porque los analistas, decía antes, solo apuntan el dedo a los problemas de los pequeños. Hasta el día de hoy, todo lo que he leído, está lejos de ser una premonición, una orientación. A quién más consulto, es a Alice Miller, o Mélanie Klein y, como es evidente, Sigmund Freud. Nunca quedo satisfecho con lo que dicen. He llevado los textos de ellos para mis estudiantes de Etnopsicologia de la Infancia y discutir los asuntos con esos adultos que son padres y que también estudian. Las experiencias son diversas. No hay padre o madre que no haya sido siempre muy bueno con sus hijos, ninguno confiesa la forma de ser que tienen con sus hijos. Entre los autores de nuestra plaza intelectual, a quién más he leído es a mi amigo, como estimo yo, Daniel Sampaio[75], y al psicólogo de la infancia, Eduardo Sá[76]. Los títulos de sus obras revelan de inmediato su manera de abordar los asuntos de enseñar. O la Socióloga de la Infancia, Maria Manuela Ferreira. Es decir, tenemos en casa una cantidad de personas que dedican su tiempo a las formas tradicionales de enseñar y que, no contentos con esa investigación, comparan sus formas de analizar el presente con las formas de vida del pasado. Esa comparación, diría yo, es casi obligatoria, no por metodología, bien como porque el crecimiento de la infancia obliga a comparar, están siempre a cambiar, a mudar para formas diferentes. Hablaba aún hoy con un amigo, que ha sido un fiel amigo y discípulo, Ricardo Vieira, con una inmensa obra sobre Antropología de la Educación, y refería que interrumpía su trabajo de dar aulas, para ir a buscar a su hijo Pedro de 10 años al Colegio, y tomar onces juntos-lanchar os dois, decía él- un ritual que lo alivia de la sobrecarga de trabajo que tiene todos los días. Sin saber, Ricardo Vieira me estaba a dar una idea de que hay rituales entre padres e hijos que hace bien para los dos, cumplir siempre: es el único momento del día que tienen para convivir y hablar de otras cosas que no sea trabajo. Esta digresión tiene que ver con nuestra propia experiencia de criar a nuestras hijas. Una forma de indicar esa educación, es haber escrito, hasta ahora, sobre sus enfermedades y sus formas de relacionarse con otros. Pero hay mucho más que aprendimos al criar nuestras hijas. Una de las más importantes era nunca castigarlas, al mismo tiempo que inventábamos juegos para que comieran su comida: era siempre ese avión que aterrizaba en su boca, con la cuchara llena de comida, lo que las hacía reír y olvidarse de la "lata", como es dicho en chileno normal, de tener que masticar, estar sentada tanto tiempo en la silla con esa pequeña mesita al frente. Las dos niñas, en sus diferentes edades, hacían lo mismo, trataban de salir de la silla con mesa. Camila era campeona para escabullirse por debajo de es pequeña mesa, no sé cómo, porque era muy fuerte y gorda: tuvimos que aceptar el hecho y pasó a comer a la mesa con nosotros. Ciertamente, ella quería comer con todos, Eugenia tenía ya seis años y comía con los papás, Camila debe haber sentido que era excluida de la reunión familiar al comer sola y después, dormir la siesta. Con el tiempo, aprendimos que la niña comía mejor en el medio de todos, en la mesa familiar, hasta que aprendió la "maña" de querer comer sola, lo que demoraba mucho las comidas. Eugenia comía muy rápido para ir a jugar con sus amigas, pero si Eugenia salía de la mesa, Camila también quería y el almuerzo siempre acababa con una Eugenia muy aburrida sentada en la mesa a la espera de que su famosa hermana acabase de comer. Fue como Camila aprendió que podía controlar a la familia y demoraba su comida para nos tener a todos juntos al lado de ella. Nuestra salvación, como siempre, fue la llegada de la abuela Amanda, que tenía el placer de sentarla en su falda, hablar en pequeñito, como si fuera otra niña, y en decir: "Mi linda, mi cariño, huainecita[77], mi reina" y otras palabras dulces- forma de hablar que pasó a ser nuestra para pacificar a nuestro indómito retoño- palabras todas que hacían la delicia de nuestra pequeña hija, que trataba a la abuela, a su vez, como un juguete, lo que Doña Amanda aceptaba, adoraba ser besada y recibir cariños de su nieta, esa novedad para ella, en los días que nos fue a visitar a Vilatuxe, en Galicia. Siempre llena de regalos, de historias, de mimos, nuestras hijas la adoraban. Lo que mi suegra no adoraba, era la casa en la cual vivíamos, casa de aldea, hasta que se acostumbró, como mi mujer, que hizo de la casa un paraíso. Creo que de las más de treinta casas en que hemos vivido, la de Vilatuxe debe haber sido la mejor, la más calma, la más acogedora. Gloria estaba serena y feliz, la familia aparecía, su madre, su prima María Teresa, hija del tío Higinio, con nuestros amigos de Uruguay, el psicólogo Jorge Fernández y Nelly, su mujer. Más tarde, fue la llegada de mi hermana, su marido y su pequeño bebé, Blanquita, Miguel y Alejandra de tres meses. Para Camila fue una sorpresa ver en casa un bebé tan pequeño, era su muñeca viva. Esa Camila quién, como he narrado en otro texto, andaba siempre tras de mí, lo que yo adoraba. Si Eugenia en pequeña en Edimburgo, andaba tras de su madre, ella en Vilatuxe, siempre estaba detrás de su Dad. O papá, dependía del sitio que estuviéramos para nos recordar la lengua que hablábamos. Para Eugenia, sin duda, yo era el "papaíto", forma de referir al padre en la lengua luso-galaica, que rápidamente aprendió en Galicia, junto con esa forma española de hablar castellano, como he contado ya.

Con todas estas personas aprendimos que no era difícil criar niños. Había que entenderlos antes y la comprensión venía sola desde esa mente cultural. Estoy seguro que la jovialidad de mi suegra Amanda, fue la que más nos enseñó a tratar a los niños, las niñas nuestras y a los otros: cariño, saber decir no en el momento cierto si hay un riesgo de caer o hacer una yaya[78], nunca corregir la forma de hablar, porque los niños adquieren vergüenza de hablar. Me hace recordar mi propia infancia, cuando mi padre un día me preguntara: "¿Para donde va, joven?. Distraído en mis cinco años de edad, respondí de forma muy chilena, en cuanto leía un libro: "P"allá" ¡Bueno! Mi padre me llamó y dijo: "¿Joven no sabe que se dice para allá? Para que no se olvide nunca, diga cien veces: para allá, para acá, y para que la lección no se olvide, cada palabra las debe decir moviendo la cabeza de derecha a izquierda". Rápidamente lo hice, estaba más interesado en acabar el libro que en castigos. Y, por hacerlo rápido, él, que contaba las veces que yo decía las palabras, al acabar, me dijo: "Bueno, bueno, ¿el niño es mañoso no?. Hágalo todo otra vez, pero con lentitud y calma. Perdí una hora de lectura de mi libro especial. Lección que no he olvidado en toda mi vida porque me enseñó cómo y por qué no se debe castigar a un niño de forma tan estúpida. Nunca lo hicimos con nuestras hijas. Era más una manera de saber criar.

Bueno, el desgarro del texto ha sido grande. Quería relatar de forma breve, lo que aconteció con Eugenia en Vilatuxe y nuestra fama de no ser padres que supieran cuidar a sus hijos. Nuestro médico estaba en Lalín, el Médico Jesús Tancredo, al que llevábamos a las niñas porque sí o porque no. El no se quejaba, recibía dinero... Pero un día dijo que ya estaba cansado de atender a nuestras hijas, no estaban enfermas y nosotros temíamos mucho. Ya con mi hermana en casa, llegó el día en que debía dar una conferencia en la escuela, en Noviembre de 1975, con ese frío terrible de las llamadas en Gallego Rías Altas, o la parte de la cordillera de Pontevedra, en dónde estaban Vilatuxe Parroquia y Lalín, Consejo. Eugenia tenía dolor de cabeza y de cuello y comenzó a subir su temperatura. Fui informado de este estado cuando estaba a dar mi conferencia, que cerré de inmediato. Solicité a mi amigo Maestro, como llaman allí a los Profesores Primarios, para llevarme a Lalín, ese elegante y lindo y muy señor, Manuel Pichel González, casado con una linda muñeca, una de las varias niñas de ojos celtas, azules, pero muy deprimida Maria de la Flor González, o Mariflor, como ella gustaba de ser llamada, de la casa de Barrosos, como son conocidas las persona por allí, por el nombre de la casa y no por el nombre de las familias propietarias o que las habitan. En otro texto, refiero la llegada de amigos míos a Vilatuxe, preguntaran dónde era la casa del Dr. Raúl Iturra, nadie sabía, la casa del Señor Iturra, también nadie sabía, exasperado ya, preguntó el jefe da la familia que nos visitaba, Milan Stuchlick, la casa de Don Raúl, también no funcionaba, hasta decir él, que era un señor con su mujer y dos hijas y que usaba pelo largo, amarrado como cola de caballo. ¡Ah!, Habrían exclamado todos, ¡la casa del Chileno! Y fue así que me ellos dieron con nuestro paradero, yo quedé a saber el sobrenombre por el cual éramos conocidos, ellos encontraran nuestra casa y también recuperé mi nombre. Supe así también que las casas no son conocidas por el nombre de los propietarios o de sus habitantes, bien como por una característica diferente, que destaque al individuo de ese conglomerado sitio llamado aldea, donde todos hacen las mismas cosas, al mismo tiempo. Los grupos precisan de saber las características individuales para diferenciar el día de la noche, el cielo del infierno, para desorganizar la rutina que los hace un colectivo de personas y no un grupo de individuos, como acontece o en las ciudades o en los medios donde el capital identifica rápidamente: quién tiene, quién nada posee. Esta forma de estructurar la identidad colectiva, había sido explicada a nosotros por varios, pero cuando se vive el hecho, es que, finalmente, se entiende. Así fue en nuestra primera visita de los años setenta, bien como en el reestudio que hice en los años 90, mas exactamente en 1997[79]. Así conocí a los Medela, que en el reestudio me dieran albergue, y a ese mi amigo Manuel o Manolo, como se llama en España a los que poseen el nombre de Manuel, Manolo, esa metáfora de esquivar, como en la plaza de toros, una manolada, cuando se pasa el paño rojo en frente de los ojos del toro. Ese mi amigo, a quién siempre preguntaba yo si querían hijos o no, porque ya estaban casados hace muchos años. Su respuesta fue rápida: que querer tener niños, él adoraba, pero después, tomando mis manos, casi a llorar, me explicó que el horno de hacer niños estaba muy frío, motivo por el cual su semilla no cuajaba, una forma elegante de decir problemas íntimos que nunca hasta hoy, he revelado. Esa intimidad inexistente, era aliviada por mi amigo en otras relaciones en su Parroquia original de Anseán, limite de la nuestra de Vilatuxe e de sus familias. Eran primos directos y él pensaba ser ese el motivo para no tener hijos. Fue necesario que yo le explicara que el matrimonio entre primos no estaba prohibido, que el Derecho Canónico había cambiado, como explico especialmente en un texto mío, editado en Gran Bretaña y traducido al francés, citación que hago para no dar tantas vueltas al asunto del casamiento y los hornos fríos[80]. La explicación hecha para ahorrar que no era ese el motivo, sino más bien el otro, ese de la frialdad de su mujer. Me parecía también que andaban otros amores por el medio, pero, como la historia ano es mía, nada más digo.

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