sexta-feira, 10 de setembro de 2010

Esperanza, una historia de vida (2), por Raúl Iturra

Capítulo 2. Ser Jornalera.


Bien sabemos que, con todo detalle y alguna falta de información, he escrito la vida de los Medela en varios textos mencionados en el capítulo anterior. Especialmente, la vida de Herminio, por haber llamado mi atención el descubrimiento de que pertenecía a una familia de la aristocracia gallega. .

Esperanza tenía otro tipo de aristocracia, caso fuera importante el título de pertenecer a una clase superior en donde no todos eran iguales. Herminio era de familia condal y ducal, Esperanza era jornalera. Por otras palabras, hacía parte del grupo social que trabajaba las tierras de los otros como si fuera su propia tierra. Esperanza era la aristócrata de la tierra y de la casa, primero de sus padres, después, de su propio hogar, con esfuerzo y sacrificio, tuvo la gloria de organizar y administrar.

Sin embargo, antes de seguir con la historia de vida de la persona a quien llamo mamá Esperanza, es necesario explicar cómo ser jornalera en Galicia, era diferente al vasallaje del resto de la Península. Esperanza, un momento, ya llegamos a si historia de vida.

El feudalismo en Galicia revistió una forma especial de organización, como relato en mi libro de 1988 . Este comentario ahorro al lector de pasar por todos lo libros comentados, que, sin mencionarla, se refieren a la actitud vital de Esperanza y su posicionamiento frente al feudalismo gallego.

Decía antes, que el feudalismo en Galicia hubo formas diferentes de actuar a las formas feudales del resto de la Península Ibérica. Veamos lo que dicen los autores:

La presencia árabe en el resto de la península con la consolidación de un emirato, en Galicia no interrumpe el camino emprendido hacia una sociedad señorial típicamente occidental que se mantiene independiente del poder musulmán y pugna violentamente, durante el siglo VIII, contra el expansionismo de los primeros caudillos asturianos (Fruela, Silo...) tal como lo relatan las propias crónicas asturianas.

En los primeros siglos, el topónimo Galicia designaba al territorio regido por los monarcas galaicos desde Alfonso I hasta Alfonso III el Magno. Así, autores árabes como Ibn al-Atir llamaban reyes de Galicia a Alfonso I, Aurelio, Silo y Ordoño I. Alfonso II el Casto, que pactó la creación de un santuario en torno a la Tumba de Santiago Apóstol, es denominado rey de Galicia en los Annales Regni Francorum o en la Vita Karoli Magni. Este rey consolida la plena integración de Galicia en el espacio de la monarquía de Oviedo, hasta el punto de que su sucesor será un candidato impuesto por los magnates gallegos: Ramiro I, el vencedor de la legendaria batalla de Clavijo, que originó el multisecular voto de Santiago, lo cual no dista de ser parte de leyendas alimentadas en las crónicas que se hicieron siglos después. Hablamos de una monarquía a partir de Alfonso III, ya que los monarcas anteriores no distaron más de ser Señores Territoriales dentro de un territorio muy feudalizado.

En el año 910, a la muerte del rey de Asturias Alfonso III el Magno, sus posesiones son repartidas entre sus tres hijos correspondiendo a Ordoño, casado con la noble gallega Elvira Menéndez, el territorio de Galicia del que era ya gobernador, evento que marca el origen del Reino de Galicia como reino independiente del de León. Poco tiempo después, al morir su hermano García I de León sin descendientes en 914, Ordoño ocupa el trono del Reino de León, con el nombre de Ordoño II, con lo que se produce la unión de ambos reinos. En el marco de las luchas entre Alfonso IV y su hermano Sancho Ordóñez, el reino de Galicia recuperó, de hecho su independencia. Sancho se refugió en Galicia huyendo de su hermano en 926, coronándose como rey de Galicia y manteniendo el reino independiente hasta su muerte en el año 929. Tras su fallecimiento, el reino se reintegraría de nuevo en el de León, en la persona de Alfonso IV, aunque su esposa, la retirada reina gallega Goto, siguió siendo considerada como tal, incluso en el fructífero reinado de Ramiro II.

La posición de los magnates gallegos osciló entre el dominio del reino y el levantamiento (traditores), incluso favoreciendo las devastadoras incursiones del caudillo musulmán Almanzor. Una de las múltiples rebeliones de la nobleza gallega culmina con la coronación en Galicia de Vermudo II (981) que vence a Ramiro III de León y acaba dominando también este reino.

Posteriormente, tras la muerte de Fernando I el Magno, y atendiendo a su testamento, sus reinos se reparten entre sus hijos. El Reino de Galicia le corresponde a García I. García fue coronado por el obispo compostelano Cresconio y restauró las Diócesis de Tuy, la de Braga y Coimbra. Su hermano Alfonso VI le arrebata el reino y mata a su otro hermano Sancho, rey de Castilla, reuniendo de nuevo los reinos en un solo trono. A partir de este momento Galicia se convierte en un reino más de la corona leonesa.

En esa época el reino alcanzó su máxima extensión, llegando hasta Viseu. En 1096, Alfonso VI acordó partirlo en dos entre su familia: El Condado de Galicia, al norte del río Miño, que pasa a manos de Raimundo de Borgoña, casado con Doña Urraca (totius Gallecia imperatrix), y la Galicia del sur que pasa a manos de Teresa de León y Enrique de Borgoña, primo del anterior. El hijo de estos, Afonso Henriques, se proclamó primer rey de Portugal en 1139. Portugal, al igual que Castilla eran condados dependientes de la corona, siendo el primero en separarse, ya que el Papa le reconoció el título de Rey por ser hijo de Teresa.

Fueron frecuentes, desde el año 844, ataques normandos o vikingos, que, por momentos, amenazaron en convertirse en conquista. La última gran invasión, a través del río Miño, acabó con la derrota de Olaf Haralddson en 1014 a manos de la nobleza gallega.

Las dificultades en la costa no impidieron una organización donde nobles gallegos del siglo IX y X como Vimara Pérez o Hermenegildo Gutiérrez reorganizaron perfectamente el Condado Portucalense. Contrariamente a lo que se cree, los ataques normandos fueron mucho más peligrosos que los del Islam, ya que con los representantes del último, la paz iba en función de acuerdos comerciales entre señores de la Gallaecia y otros del Emirato.

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