domingo, 19 de setembro de 2010

Esperanza - una historia de vida - 9, por Raúl Iturra

Con Esperanza embarazada, Herminio igualmente la visitaba y compraba todo lo que el bebé precisaba: pañales, biberones, comida. Dinero no le daba porque ella estaba bien con sus padres, que se encargaban de sustentar a la madre y a la hija recién nacida, a quien le pusieran el nombre de Carmen. Cuando nació el segundo hijo fuera de matrimonio, José, que era llamado Pepe, ese sobrenombre de los que se llaman José en lengua Castellana. Herminio estaba ya en Venezuela, desde donde enviaba dinero para el sustento familiar: un giro a Esperanza, que repartía el dinero entre sus necesidades y las de sus padres, porque la tenían en casa, lo que causaba gastos, para ser, más tarde, compartido con los suegros, en el momento que pasaran a vivir con ellos en la casa familiar. Esperanza depositaba parte del dinero en una cuenta de ahorros en el Banco. Servía para pagar, semanalmente, el salario a los albañiles que construían su casa.


Como se puede apreciar, Esperanza no era apenas la excelente mujer que Herminio pretendía, bien como su marido confiaba en ella como gestora de los bienes que comenzaban a acumular, trataba de los hijos, los ayudaba a estudiar, junto con Herminio, que era un excelente lector. Me contaba un día que no podía leer un libro, hasta acabarlo, aunque no durmiera. Era un ilustrado familiar del Conde de Lemos, su primo, y de la familia de Alba. Por causa de matrimonio, Esperanza adquirió parentesco por afinidad con los mismos aristócratas, ya en decadencia, en Vilatuxe. No entendía mucho de estas ideas ni le interesaban, soy testigo de este hecho. Como también me parece que la familia, excepto una parte de ella, los más jóvenes, estuviera interesada. Fue una simpatía conmigo ese de entusiasmarse con mis investigaciones sobre su familia, como ahora continuo. Esperanza y Herminio eran personas de trabajo y no de fantasías, como lo han aprendido a ser Miguel y Karina.

Tornando al texto central: Herminio pagó el consumo de energía eléctrica en las dos casas: en la de los padres de Esperanza y en la de sus padres, por causa de los gastos que su propia y pequeña familia hizo, cuándo allí vivían. En Lodeirón no se pagaba luz, porque no había. Mal la casa fue acabada, comenzó a pagar una cuota a la empresa propietaria de la energía eléctrica de Galicia, FENOSA, para que les instalaran electricidad en casa. De esta forma, la casa quedo abastecida de electricidad.

Es posible notar que Herminio y Esperanza eran personas no apenas de trabajo, bien como precavidas. Se anticipaban a los hechos antes que viniera por sobre ellos problemas que tenían difícil solución. Los hijos de esta familia, que se considera campesina y trabajo en sus tierras realizan para colmatar su vocación a los que más aman: sus ferrados, heredados o comprados.

En Venezuela, Herminio trabajó de forma brutal, sin escabullirse al trabajo: no tenía ni tubo tiempo libré para su descanso ni su diversión: su familia lo espeaba y una familia rural, tiene fama de ostentar altos valores éticos de producción y ahorro.

Trabajó en una empresa de los Estados Unidos, que ellos llaman americana, industria que pagaba bien en sus viajes de conducir camiones con mercancías que eran vendidas a precio de oro en Norte-América, y traía de vuelta productos que en Venezuela no existían, especialmente de farmacia. Pagaban bien y puntualmente, todos los sábados, con buenas utilidades y a tiempo y en la hora debida, a lo que Herminio no estaba habituado: en Galicia el crédito, el engaño y el postergar el pagamiento de deudas, eran parte de la ética luso galaica. Recuerdo desde siempre, haber visto siempre en los supermercados, llamados allí ultramarinos, un cartel eterno que decía: no se fía…. Era normal: los Estados Unidos vivían de la venta de productos creados en otros paise, libre de impuestos generalmente, por tratados comerciales para la pobre economía de los países que dependían de las transacciones comerciales norte-americanas y de las guerras que emprendían para invadir países y usar su producción como producto barato en la República de los norte-americanos.

Trabajó todos los 6 años que allí vivió siempre en la misma empresa. Era tan buen conductor y tan puntual, que los gerentes de la empresa le pedían horas extraordinarias para ser transportados por él al sitio al que debían ir. Parece me que huelga en decir que recibía dinero extra del transportado, como propina bien llena de dólares…

Antes de ser admitido, le hicieran una prueba de conducción, por lo precavido que son los norteamericanos que saben que en los países latinoamericanos reina el compadrazgo la amistad y el favor. (Él tenía carta o licencia de conducción pasada en exámenes regulares y legales).Acabó por ser contratado como empleado de conducción…un agricultor, que andaba siempre a caballo…! Transportaba mercancías, explicitando más esa narración previa a estas líneas, de procedencia de los dos EUA: azúcar, harina, bacalao, todo o tipo de comidas para ser vendidas en una taberna (pulpería o almacén, para los operarios o obreros, empleados, a precios más baratos que en el mercado público. Personas de fuera de la fábrica, también podían comprar, a precios más caros. Los bienes llegaban a Puerto de la Cruz y eran transportadas A San Félix, a 100 Km de distancia del lugar en que se había construido la empresa. Otras veces era también chofer del gerente da compañía, por eso se habituaran a llamarlo Senhor Hermínio Medela, lo que cuenta con orgullo; se acostumbraran también a denominarlo Herminio, el mejor conductor de la Empresa, entre los altos cargos de las personas que ahí mandaban. Herminio era excelente conductor e ganó esa fama a cuesta de sacrificios de su cuerpo, pensamiento y soledad. Tal era a su fama que el día de anunciar o su retiro, el patrón no lo quiso oír, insinuó que fuera a su tierra por apenas seis meses y volviera a la fábrica. Nadie sabía la historia de Herminio, menos aún de Esperanza, él nunca contó nada a nadie. Herminio, que sabía lo que quería, calló, procuró un substituto gallego, como el gerente quería, encontró uno de La Coruña. El nuevo chofer en pocos días tuvo un accidente con el auto, un comportamiento diferente a como era el caso de Herminio: nunca tuvo un accidente, ni con camiones ni con automóviles. Me confiesa Herminio que era mucha suerte sin ninguna habilidad. Para mí, escritor de la familia Medela, me parece ser bien al contrario: era el cuidado con que realizaba el trabajo, el respeto a los bienes que no eran se él y a las personas que comandaban su trabajo y que estaban por encima de él, esa personas que quería y respetaba, como contrapartida a ese simpatía y respeto que sus jefes tenían por él. Era la simple y pura gentileza de los gerentes a los que él guiaba, lo que hacía esta semejanza de respeto y cariño. Herminio Medela sabía lo que era el respeto: era un Señor...

Herminio y Esperanza eran un par ideal,. El trabajó toda su vida, hasta el agotamiento, para ganar el sustento de su familia, como se puede ver en la fotografía de Herminio, ayudar a sus hijos a construir las suyas, y llamar su atención, cuando no se comportaban de la forma en que habían sido enseñados, con disciplina, fidelidad, calma y decoro. En una palabra, estaba siempre a enseñarlos. Los Medela Dobarro son de una educación raramente vista, simpática e muy acogedora, muy amigos y acogedores.

No eran apenas buenos educadores de sus hijos en sus maneras de comportamiento. Herminio también les enseñaba a trabajar con las máquinas como si fueran personas, lo que Esperanza no hacía, porque de máquinas nada entendía. Sin embargo, lo apoyaba en ese entendimiento del sentimiento de que los otros eran también dignos de respeto, por ser personas como ellos: Esperanza de eso si sabía y mucho. Aprendieron, los jóvenes Meela Dobarro, a tratar a todos con simpatía y respeto a los otros y a los instrumentos de trabajo. En la casa de Lodeirón, ya de ellos y acabada, los papás los ayudaban a resolver asuntos que, para un adulto, son simples, para que para los más nuevos, constituían un problema. Sus dedicados padres los ayudaban a resolver los problemas en los que sin querer, se metían. Como esa historia famosa de Miguel en su pubertad: un día quiso emular a su padre y comenzó a guiar una máquina para malhar o trigo, dentro de una de sus fincas. Lo que aconteció, sin embargo, que él no sabía maniobrar la apetecida máquina, y andaba de tras para a frente, sin saber bien como guiarla y dominarla. Miguel se enervo y lo primero que se le ocurrió fue llamar por su padre que, en verdad, le prestaría ayuda, ahí no cabía duda. Preguntó: papá, y ahora qué hago?

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