sexta-feira, 21 de maio de 2010

Mis Camelias-2

Raúl Iturra
Las dos tuvieron ese permanente desmame cuando eran pequeñas, que no ha causado heridas en su sicología, por lo que nos parece a mi mujer y a mí. Eugenia salió para Escocia con esos referidos nueve meses y, en nuestra primera casa de Edimburgo, Craigentiny Crescent 32, - casa de dos pisos, muy suntuosa, que mudamos por causa del frío, para vivir después en un departamento sito en la calle Carelton Terrace 9a, enfrente de Holyrood Palace, la residencia real de Gran Bretaña en Escocia, y , antes, de los reyes escoceses Stewart o Estuardos, cuya historia está narrada en la siguiente entrada Internet[4]-, decía que esa nuestra primera casa de Edimburgo estaba cerca de, para nosotros, ese mar muerto del norte del Reino Unido. Muerto, porque nuestro mar tenía olas, era el Océano Pacífico, que de Pacífico no tiene nada, siempre hay temporales, lluvia, tsunamis, olas muy grandes, todo lo que faltaba en el denominado Mar del Norte, nuestro paseo habitual los Domingos sin nieve -pocos y raros-, pero el frío nos fortalecía.

Nuestro mejor momento del día, era cuando Eugenia, con sus nueve meses, era sentada en su bacinilla, para los rituales estomacales de la mañana, y jugaba al pié de la chimenea siempre encendida, sentada en su trono, y nosotros, a leer el diario Internacional de Chile, El Mercúrio, que nos era enviado por mi suegra, y para leer las cartas largas, muy largas, de nuestras madres, especialmente de la mía. En Edimburgo, había un día de la semana que era sólo para Gloria salir y pasear y encontrarse con amigos. En mi ceguera académica, no gozaba estar sólo con Eugenia, siempre leyendo, en cuanto mi mujer vitrineava, aún no teníamos amigos. Si Gloria se atrasaba, yo la recibía enojado, ella, en su cariño, pedía disculpas. Yo, en el mío, la besaba y decía: m"hijita, para una vez que sale, claro que te puedes demorar... Los Domingos eran sagrados, siempre almorzábamos fuera, con una silla especial para Eugenia, que comía con las manos, como Gloria le había enseñado aún en sus siete meses, en nuestra casa de Viña del Mar. Recuerdo dos hechos. El primero, que pedíamos tallarines a la italiana, y nos eran traídos tallarines con salsa de tomate o Boloñesa... ¡sin carne! Estábamos habituados que los tallarines a la Boloñesa eran con salsa de tomates y carne. Pero los italianos los comen sólo con salsa. ¡Por eso que el plato de comida era tan barato!. El otro, que, antes de nacer Camila, estaba yo un día sentado en nuestra casa de Talca, después de volver de Edimburgo, a pensar y, sin darme cuenta, nuestra hija Eugenia se levantó de su silla y dijo: "Papá, algo hace falta, no sé, no sé, pero ni pareces mi papá. ¡Ah, ya sé! ¡Y me pasó un libro! Lección de la niñita de esos días, que no he olvidado ni debo olvidar hasta el resto de mi vida. Como ella también hace, hoy en día. Adulta, lee con sus hijos, nuestros nietos, como nosotros leíamos con ella y la ya nacida Camila, que se dormía con los cuentos de Tolkien, más tarde, en Cambridge, en nuestra casa de Bateman St.53. Ella esperaba que yo jugara con ella, que la entretuviera, que le dedicara mi tiempo, como hacíamos en Escocia. Había una gran diferencia, que ella no podía entender en sus cortos años: en Escocia, éramos solo tres de nosotros y esa falta de familia para los latinos, es como una maldición, era un mal de ojo[5], ese ojeado o maldición, en el cuál creemos tanto los latinos. No es por ser arrogante, es por ser verdad que digo que nunca tuve esa premonición del llamado mal ojeado Nunca nada es de su responsabilidad, siempre todo es de la responsabilidad de otros, las personas no invierten porque, después de realizar un negocio, puede pasar puede pasar un gato negro enfrente de nosotros de la izquierda para la derecha, la persona queda parada, el negocio, con certeza no debe resultar y, para espantar la maldición, rezan un Padrenuestro o tres Ave Marías, para deshacer el encanto, o, aún más, hace gárgaras de agua con sal, o salmuera como sahumerio, lo que he como he visto hacer entre los trabajadores rurales con los que he convivido y analizado, en la Cordillera de los Andes.

Es de los errores afectivos que aprendemos lo que es la emoción y el cuidado de los niños. Parece como si ellos estuvieran siempre a molestarnos. Gloria siempre pedía a la Nana de nuestra hija, la Eliana,, como se llama a los subalternos y nunca a las Señoras. Las Señoras no tienen artículo, son definidas por su situación social. Gloria, decía, pedía a la Eliana que jugara con Eugenia y que no hicieron ruido porque el papá... estaba escribiendo... Un comentario apenas: si en esos tiempos hubiéramos sido lo que después fuimos, personas sin familia, para cuidar y amar siempre a nuestros hijos, ¡otro gallo cantaría!...Es de los mismos errores que aprendemos la igualdad. Si el lector ha notado, he hablado de Gloria e de la Eliana. La diferencia de clase se reproduce en las formas de construir las frases o de referir a las personas. Es una forma personalizada de referir a una persona que es nuestra, ya sabemos el lugar que ocupa y no es necesario estar siempre a recordarlo, en cuanto poner el artículo antes, es despersonalizar a alguien que no es nuestro, que está ahí temporalmente y que, además, está separada de nosotros por la valla de la puerta de la cocina, del comedor de los empleados o de la servidumbre, por las habitaciones que usan, a seguir los grandes espacios de la cocina, y porque nunca se sientan a la mesa de los patrones para comer con ellos.
Es el país que Camila nunca vivió, en el que Eugenia sus nuevos primeros nueve meses, y usaba a su nana de la forma que más le apetecía. Como toda persona pequeña, tenía alguien en quien mandar. Por su forma serena, ya mandaba en los papás, pero nosotros sabíamos cuando decir que no, al contrario de la nana, que debía siempre obedecerla. Eugenia hacia jerarquías: la nana era para darle baño y vestirla, para contarle cuentos que dan miedo y para salir a la calle entre la multitud, hasta sitios cercanos, como la llamada vega, donde los pequeños agricultores vendían sus productos. El papá, para contar historias en la noche hasta que ella se adormeciera, y, especialmente, para acostar debajo de la cama a su cabra, su ternero y una oveja, esa realidad de su imaginación que yo me esmeraba en desarrollar. Uno a uno, entraban bajo la cama y eran arropados por ella, especialmente en el Invierno de Talca, húmedo y frío. Gloria aceptaba demorar el baño cuando Eugenia metía en la cama a su familia Trapino, una familia inmensa, palabra creada por ella, que tenían mamá Trapino, papá Trapino y una inmensidad de hijos, que aumentaran alarmantemente en número, el día que le dijimos a Eugenia que iba a tener un hermano o hermana, que era un bebé para ella, pero que no sabíamos aún si iba a ser niño o niña. Estuvimos a elucubrar nombres. En mi fantasía de ser papá de un hijo, había elegido dos nombres: Nuño el primero, Iñigo, en alternativa. Eugenia decía que quería una hermana para jugar con ella. Ya tenía un hermano para jugar, Panchito, el hijo de nuestros compadres de esos días, Francisco Vio y Mariana Giacaman. Tratamos de explicar que Panchito era su amigo, pero ella insistía que era su hermano y como a tal lo trataba. Como Panchito no tenía hermanos, adoraba jugar a ser hermano de Eugenia, lo que preparó el camino para el día en que nació nuestra aijada Daniela.

El día del juicio final de Eugenia, se aproximaba. Ella jugaba a los papás con Panchito. Mariana llegó un día para decirnos que encontraba poco simpático este juego, que era darse besos y tocarse el poto y, a veces, bajarse los calzones. Por casualidad, llegué a esa conversación y sin casualidad, lacé una homilía a las tres -porque quejosas eran tres, Mariana, nuestra vecina y amiga Jimena Barrientos y Gloria, las dos amigas a contar las historias de que Eugenia jugaba de forma erótica con los niños. Mis palabras fueron serenas y directas y comenté de inmediato que los niños eran sexuados desde antes de nacer- un saber precoz de las ideas de Sigmund Freud,[6] Wilfred Bion[7] e de Mélanie Klein[8], que más tarde me llevaran a escribir el libro presentado en el día que nació nuestro primer nieto, Tomas van Emden, por título: O saber sexual das crianças. Desejo-te, porque te amo[9], publicado a tiempo y horas, por mi Editora Afrontamento, en la ciudad de La Guarda, en Portugal, a 20 de Junio de 2000, el día del nacimiento de mi primer nieto.

La conversación de las Señoras quedó interrumpida por mi entrada y alocución en defensa de los niños. Les dije de inmediato si a ellas no les gustaba hacer el amor. Quedaron con la cara colorada. Les dije que a los niños también y que lo peor que se podía hacer, era estimular la sexualidad, que ya estaba en ellos, pero peor aún era ocultar que los adultos hacen el amor solos y en su cama, que no era juego. Y por ahí fuimos hablando, hasta que Jimena, la más virgen de las mamás presentes, salió y se fue, toda cortada. Nosotros tomamos onces y hablamos de otras cosas. Mariana me dijo que había sido un encuentro genial y que salía con nuevas ideas en la cabeza.

Es el Chile que Eugenia conocía y que Camila nunca llegó a conocer ni a saber, excepto de la historia del país, ¡si por acaso sabe alguna cosa! Lo que nuestras hijas ni sueñan, es la inspiración que me dieran para desarrollar, mas tarde, las ideas de la sexualidad de le infancia, que me llevara a crear los doctorados y maestrados en Antropología de la Educación y en Etnopsicologia de la Infancia, que hasta el día de hoy, enseño y escribo.

Quién era más recatada en su sexualidad infantil, era Eugenia, siempre preocupada si tenía amigos o no, ahí donde Camila gustaba, en sus tres años de edad, jugar con sus genitales, lo que nunca fue prohibido por nosotros. Lo que normalmente hacíamos Gloria y yo, era distraerla para otras actividades, que la hacia olvidar del deseo ya instalado en su cuerpo, como en todo ser humano acontece.

No fue por acaso que en esta novelada biografía sobre nuestras, haya introducido citaciones de tres autores. Freud, en su texto, analiza lo que él denomina aberraciones sexuales, como homosexualidad, masturbación, pedofilia, y el análisis que hace en las páginas 127 a 155, del texto en inglés, en el cual resume las, en su tiempo y creencias, aberraciones sexuales, como una interrupción hecha por otros, a la libido de la infancia. Hoy en día, excepto la pedofilia, no son ni delito ni pecado, como está definido por la ley en varios países y como reformuló Karol Wojtila o Juan Pablo II en su Catecismo de 1991. Así como Klein define envidia (inveja en portugués), como la defensa que hacen los niños de su fuente de alimentación, después de analizar el caso de su sobrino Richard, referido en el volumen tres de las obras completas de Klein, ya citada, y que en síntesis dice: el ego de la criatura es muy inmaduro e el superego muyo débil para establecer un proceso psicoanalítico, y que, en consecuencia, el analista debería adoptar el papel de apoyar al ego y fortalecer el superego, en consecuencia, el analista debería adoptar el papel de guía para sustentar o ego e fortalecer el superego. Melanie Klein sostenía que el superego de la infancia es mas perseguidor y rudo de lo que es en fases posteriores de desarrollo, e así, el papel del analista debería ser disminuir la severidad do superego, permitiendo, con eso, que el ego se desenvuelva mas libremente. Esta incumbencia, así como otros aspectos teóricos de la obra de Melanie Klein, levantaran contra ella una fuerte oposición en los medios psicoanalíticos, habiendo así la propuesta, en 1945, de excluir a los kleinianos de la Sociedad Británica de Psicoanalice[10], lo que no llegó a acontecer. Su discípulo Wilfred Bion fue más lejos, pare decir que el problema de la alimentación de bebé comienza ya en el útero materno, bien como su estado erótico, desde el tercer mes de embarazo de la madre[11]. Bion prueba esta hipótesis a lo largo de toda su obra, que es creíble y usada en estos días, ideas retiradas de su profesora, la Psicoanalista Húngara ya citada, Mélanie Klein.

¿Por qué estas citaciones, al hablar de nuestras hijas? Es apenas para recordar a las personas de que la educación de ellas está muy basada en teorías que, en el tiempo del nacimiento de ellas, era un rayo de luz, para entender como criarlas. Para ser padres, parece que nada es importante, excepto colocar hijos en el mundo, resultado de una pasión. Como educador, no puedo admitir esa ilusión, los niños deben tener no un analista, como no estoy de acuerdo con Klein, cuya teoría nos clasifica a los papás y mamás, como seres ignorantes, incapaces de educar a sus hijos. Lo que es muy importante en el pensamiento de Klein y Bion, eso sí, es que los padres puedan ser orientados por ellos talvez, para criar a sus hijos y dejar de pensar que lo que está en el útero materno sea apenas el fruto del amor. ¿Qué estas ideas rompen la ilusión del bebé que se espera? Recuerdo la voracidad nuestra en busca de libros para saber criar a nuestros hijos. Estaba en la moda, en el tiempo del nacimiento de Eugenia y Camila, el libro del Dr. Benjamín Spock[12], era, prácticamente nuestro libro de cabecera, especialmente si los niños se enfermaban. Pero lo que más buscábamos era la referencia de cómo curarlos, no de cómo cuidarlos de forma afectiva y amorosa. Parecía que estaba dentro de nosotros el hecho de saber ser padres cariñosos, pero no, éramos padres con miedo, sin orientación, que nos cansaban en noches sin sueños o días enteros con el bebé a llorar.

Nunca me olvido de los primeros meses del nacimiento de Eugenia: debía mamar de cuatro en cuatro horas, esas primeras seis semanas de vida: venía del útero, donde era alimentada por el líquido amniótico cada vez que ella quería. En el mundo de interacción social, correspondía a la madre dar el pecho o pasar sus senos llenos de leche, para nuestro bebé mamar. Para aliviar su carga de trabajo, todas esas noches de los primeros meses, a las cuatro de la mañana me levantaba, mudaba los pañales de Eugenia, mas tarde serían los de Camila, para que estuvieran secas en su mamar. La última actividad llamada dar el pecho, era a media noche. En vez de dormir, conversábamos Gloria y yo y, a veces, hasta adelantábamos la hora de dar el pecho, como se dice en chileno castizo, ese amamantar, y pasaba a ser a las 11 o así, porque sabíamos que había un reloj despertador a las 4 de la mañana: el llanto de Eugenia, como el de Camila más tarde, para comer, como era necesario. Nuestras penurias pasaron cuando ya no había leche para dar y era necesario alimentar con biberón de seis en seis horas y, más tarde, cuando comenzó a comer con las manos de comida pequeña, cortada en trozos y llevadas a la mesa de la silla del bebé. Fueron las peores clases que di en esos tiempos: eran a las ocho de la mañana y estaba lleno de sueño. Tener hijos es una alegría, pero hay que saberlos tratar para hacer la vida dentro de su horario, que es lo que Gloria y yo hacíamos: el horario del bebé de turno, era el nuestro, como hoy en día es el de nuestras hijas y sus hijos. Mi dos Camelias han tenido experiencias diferentes y estas ideas son apenas para dar una orientación de cómo hacíamos. Un pequeño alcance para Camila, porque Eugenia ya debe saber: siempre estábamos a intercambiar impresiones con papás de hijos de la misma edad. Es lo que más hacíamos, no por curiosidad, pero por desesperación... Ser papás es un amor, una delicia, éramos incapaces de dejar a nuestra primera hija en las manos de otros, sentíamos su falta. Como cuando, para descansar, una semana Eugenia quedó con la madre y hermana de Gloria y nos fuimos al campo, a la casa de mi Nana Griselda, una casa de adobe, con piso limpio de tanto escobar la tierra, el piso de la casa, donde ni ducha había e nos lavábamos en el arroyo que venía desde la Cordillera, esa agua helada, que nunca nos desanimó. Aún más, era un placer estar con mi Nana y comer las empanadas y el pan del horno de arcilla, ese pan amasado, bien caliente y adorable. Pero... al tercero día Gloria y yo nos miramos, ella adivinó mi pensamiento, yo el de ella, y sin decir nada a nadie, excepto a la Nana Griselda, la dueña de casa, corrimos a hacer las maletas y nos fuimos de vuelta a nuestra casa, a 300 Kilómetros de distancia en Viña del Mar. Gloria y yo llegamos a correr, sin ni saludar a la suegra y a la cuñada y Preguntamos por Eugenia: la niña andaba por la Avenida Perú en coche con su Nana Marina, largamos las maletas al suelo y corrimos. A la entrada estaba ya Marina con nuestra hija, nos acercamos lentamente para no asustarla, como decía el famoso Dr. Spock, ¡esa Biblia para nosotros! Y Eugenia todo lo que hacía en su calma de niña era mirarse las manos. ¡Estaba lindamente vestida, con su sombrero de capota blanca, tenía ya seis meses, y ni una sonriso ni llanto de felicidad, como si se hubiera olvidado de nosotros! Lindamente vestida, porque para Gloria, Eugenia era una muñeca con vida, muy querida y bien tratada y sus movimientos señoriales desde el primer día, hacia decir a mi amigo de infancia, Agustín Vargas Zepeda, que era una niña high.[13] Quedamos tristes y aprendimos que los hijos no pueden ser abandonados, porque se entregan a quién los alimenta, en este caso, mi suegra y cuñada, que le daban el biberón... Adoramos nuestros hijos y los cuidamos dentro de todas las buenas posibilidades, pero vamos aprendiendo con el tiempo. Camila fue el mejor ejemplo: no había Nanas ni Abuelas, porque las Abuelas son las que más saben. ¡Cada vez que Eugenia tenía un problema, llamaba a mi madre y ella decía lo que se debía hacer, y estaba siempre cierto!
Con Camila fue todo diferente. Fue criada sin familia, una Camelia blanca que no precisan de sol para vivir, pero sí de luminosidad. Es por causa de eso que he llamado a este capítulo "Día de Sol", y he jugado con las palabras, por ser el día en que conocí a nuestra nueva hija, que de High, en esos tiempos, tenía muy poco. Como refiero en otro libro, ella era buena para llorar, para gritar, para luchar con otros, para llamar constantemente la atención de sus padres y de los adultos a su vuelta.
Siempre he amado a nuestras dos hijas, pero de forma diferente. Eugenia, desde muy temprano en la vida, se adivinaba ser una académica. Cuando Camila, más adulta, veía a Eugenia estudiar, en nuestra casa Hilderstone, en la carretera que pasaba por el centro de Cambridge, East Road, decía meneando la cabeza, "Poor, poor Eugenia, I"ll shall never be like her. So much writting, so much reading, so many hours at her working table.". No podía adivinar que, un día, iba a ser también como ella, con una diferencia: Camila ha sabido combinar el trabajo con sus diversiones, con su preocupación por los otros. No es en vano que el trabajo de Camila, hoy en día, la haya llevado a los rincones más apartados del mundo, como la denominada Isla de Cairu, enfrente de San Salvador de la Bahía, Brasil[14] en donde estuvieron en 2001 para preparar a las personas para ejecutar después una acción que duró un mes en la Isla, sin ninguna comunicación donde ha desarrollado un programa de plantar mil árboles, cuja madera sirve para hacer violines, violoncelos, lo que es comentado con sorpresa por la BBC de Brasil, en un texto en línea[15]. Sabía de este proyecto, pero no sabía de su importancia. Nuestras hijas tienen varias características en común: son muy comprensivas, parece que solo se divierten, no cuentan a todo el mundo el trabajo que hacen ni la importancia que ese trabajo tiene. Mis camelias son de luz y de trabajo, heredado, como me parece, de la asiduidad con que su madre y yo luchamos durante más de treinta años, para poder sobrevivir en sitios inhóspitos, con pocos amigos, ser pioneras de las causas que emprenden y encontrar soluciones de forma rápida para sus emprendimientos. Pero, esa es su vida adulta. Su vida de infancia es otra, la base, diría yo, de lo que es la vida adulta que lleva hoy, como la de Eugenia. Las dos han desarrollado un talento difícil de imitar y lo cultivan con delicadeza y esmero.

De pequeñas, Eugenia en Edimburgo, Camila en Vilatuxe, a la misma edad, andaban siempre detrás del papá, como he narrado en otros textos. Lo que no he dicho en esos textos, es que el papá era para jugar, la mamá para respetar. Aún hablaba ayer con Camila al teléfono y me recordaba que, cuando era pequeña, después de Vilatuxe, estábamos un día a tomar té, o las onces, como decimos en Chile, en nuestra casa de Bateman St.53, en Cambridge, cuando ella preguntó si había otra vida después de ésta. Sorprendido por la pregunta y sin saber la causa de la misma, respondí, como había respondido a Eugenia de esa misma edad, en años anteriores en Vilatuxe, que no, que no había otra vida, que sólo había ésta y que al morir, todo se acababa. ¡Tonto[16] de mí! No es respuesta que se dé a una niña pequeña, Ya lo había hecho mal con Eugenia a sus cinco años, estaba a hacer lo mismo con Camila, también de cinco años ese día. Camila, como Eugenia en su día, lloró mucho. Consternado, le pregunté de inmediato, Darling, ¿why are you crying? Y respondió: "Because I enjoy so much having tea all of us together, to see you and Mum, to eat the marble cake you bake, I can not believe that this is coming to an end one day…". Desde luego, la abracé, la senté en mis rodillas y le dije que me disculpara, que me había engañado, que los papás también se equivocan y esta vez, el equivocado era yo, que había otra vida y que íbamos a tomar té todos juntos y comer queque mármol, tanto cuanto nos diera la gana. Por ese minuto guardó silencio, pero ¡nunca más recuperó la calma sobre el futuro!
Puedo decir que nuestras hijas desde pequeñas, mostraran una habilidad grande para hablar diferentes lenguas y desarrollaron gran facilidad para hacer amigos. Nuestra casa, antes llenas de nuestros amigos, ahora estaba llena de los amigos de ellas y de los animales de estimación que traían para casa. No hay duda que han desarrollado una gran habilidad para hablar con las personas y que las profesiones que han escogido, de analista clínica Eugenia, de ecología para cuidar y reproducir especies en extinción, Camila, las lleva a hablar con muchas personas a lo largo y ancho del mundo. Son, si me permiten decir, unas maravillas de hijas, siempre interesadas en sus padres y preocupadas o por nuestro bienestar, o por nuestro futuro, o, finalmente, por la alegría de vivir que nosotros, sus padres, tenemos en general.

No es necesario añadir que nos sentimos orgullosos de ellas y respetamos su intimidad y su bienestar. Por precaución, ellas sólo atienden el teléfono si llamo, cuando no están ocupadas en otras cosas, lo que ha obligado a Gloria y a mí, por haber criado hijas autónomas, a encontrar nuestras propias alternativas de vida. No hay celos entre nosotros, los padres de estas niñas, si un día se preocupan más de uno que del otro: es según lo que ellas desean que hagamos, lo que nosotros hacemos o no: también tenemos nuestra libertad, ganada a lo largo de mucho esfuerzo a través de los años.

Lo que si no puedo negar, es que adoro hablar con los hijos de ellas y es por causa de esos nietos, que escribo estas notas, antes de que mi memoria se apague y ellos, nuestros nietos, no sepan cómo eran sus madres cuando eran pequeñas.

2. - Entre extraños
He narrado hasta ahora cómo nuestra vida ha transcurrido entre extraños, entre personas de fuera y dentro de la familia. ¿Será que dentro de la familia, también hay extraños? Solo si definiera lo que es persona extraña o el concepto de extraño[17]. Al comienzo, pensé que era extranjero, pero extraño era exactamente el concepto que quería usar. Debe ser mi id[18] , que me debe haber traicionado... Ese Id, resultado de lo que escribo en la nota de pié de página. Motivo que nos llevaba siempre a estar junto a nuestros amigos de la infancia, que conocían nuestra cultura y nuestra manera de ser. Podíamos hablar Castellano, recordar las aventuras, saber de nuestros estudios anteriores, en cuanto nuestros hijos estaban siempre a adaptarse a la nueva cultura y a comenzar a desintegrarse de las nuestras.

Este fue el motivo que nos tuviera tanto tiempo retenidos en Sussex, porque la familia Vio era como una familia de hermanos, si nos estábamos con ellos, nos sentíamos aislados. Especialmente esos primeros meses de adaptación a la cultura Británica. Era el tiempo que Panchito y Eugenia, debían comenzar a ir a la escuela, pero, como defensa para ellos y nuestra, demoramos su entrada durante un largo tiempo. Había muchas cosas nuevas para aprender. Una de ellas, era que Mariana Giacaman[19], su mujer en esos días, no tenía el hábito de trabajar. El problema para ella era cual trabajo iba a hacer, por no tener acabado sus estudios universitarios. Casó muy joven con mi amigo Francisco Vio[20], ya abogado, y, pasado un año, tuvieron de inmediato un hijo. Su profesión, en esos tiempos de mujer muy joven, una adolescente, era el de toda la burguesía chilena, ser dueña de casa y cuidar a los hijos. El exilio de ellos había sido precipitado, por causa de que Francisco era perseguido por la dictadura: había hecho la Reforma Agraria de las cuatro provincias de la Región del Maule y había sido nombrado Secretario de Estado para el Ministerio de Tierras y Colonización[21], cargo que no llegó a ocupar, por haber acontecido, antes, el golpe de Estado, que mató al Presidente de Chile, los planes de la vía chilena al socialismo, y los planes personales dentro esa vía.

Aún los Vio Giacaman en Chile, se recordaban que teníamos un amigo en Argentina, conocido en la Universidad de Edimburgo, con Departamento en Buenos Aires y me pidieron si podía contactarlo. Lo hicimos de inmediato, Ricardo Gaudio, el nombre de nuestro amigo, dijo que tenía el estudio de su padre, recientemente fallecido, en Buenos Aires, que podía dar albergue a nuestros amigos. Ellos estaban en un Hotel de Mendoza, a pagar lo que ni podían gastar, y, mal supieron de la noticia, volaron a Buenos Aires. Conmigo en Gran Bretaña en esos días, recibí una carta desesperada de Pancho, que comenzaba por decir que me escribía desde el cuarto de baño, que no sabían qué hacer y que en ese lugar ni cabían todos. Fui de inmediato a mi amigo Iain Wright, de la Asociación de Academics for Chile, y solicité si era posible traer de inmediato a la familia Vio Giacaman desde Argebtina. Pancho llegó cuando yo estaba aún en la casa de mi antiguo asistente de la Universidad Católica de Chile, Gonzalo Tapia Soko, casa a la cual Pancho llegó. Más tarde, la familia toda, Mariana siempre con su buen humor: ¡llena de maletas, dijo, llegó la Elizabeth Taylor, con un abrigo de piel y abriendo los brazos e dando una vuelta tipo modelo de ropas! Nos alegró la vida... Días antes, Pancho me había pedido que lo acompañara a comprar preservativos, con ese aire de niño corto de genio, de niño diría yo, que siempre lo caracterizó, hasta el día de hoy. Era Febrero de 1974. En preparación para irme a Cambridge, me entretuve allí con él, a la espera de la familia y a iniciarlo en los secretos de Inglaterra, como él decía. Nunca me he olvidado del pedido de ese día: "¿Sabe compadre?, Hace tiempo que Mariana y yo no hemos tenido relaciones y como llega en estos días, estoy seguro de que alguna cosa se va a pasar. Malicioso, yo sabía, pero me hice el tonto[22] y pregunté lo qué podía pasar. En su timidez simpática, me dijo, ¡Compadre, Ud. sabe lo que es estar sin mujer muchos días! Seguí haciendo el tonto y pedí más explicaciones. Allí entró su carácter pragmático y dijo que yo sabía muy bien y que era suficiente de lesuras. Lo llevé as una farmacia, pedí anticonceptivos para personas, porque si hubiera pedido preservativos, me enviaban de inmediato a una droguería. Preservativo en inglés, no tiene relación con la relación íntima de hacer amor, son polvos para guardar jaleas y todo tipo de conservas que deben durar muchos meses o años.
Para hacer el día más divertido, por lo menos para mí, pues era supuesto ser yo quién compraba para mí, él tenía esa vergüenza de los chilenos burgueses y católicos, aun cuando digan que han abandonado la fe en Dios, continúan con esa educación ingeridas en ellos por la cultura, como defiendo en otros textos míos, que los convierte en mojigatos[23]. Los ingleses son extraordinarios en vender, es un pueblo comercial. La verdad sea dicha que era mi primera vez, a los treinta años, que trataba de anticonceptivos, nunca gusté de ellos, no permiten el placer que da entrar en otro cuerpo a pié desnudo... Pero me las supe arreglar, pedí contraceptives, y el elegante inglés que me atendía, un niño joven y bien puesto, dijo: "Certainly, Sir. Here you have a variety of choices". Me quedé de boca abierta. Ahí, donde hoy los preservativos hasta se venden en las máquinas de tabaco o en las estaciones, en ese tiempo de los años 70, eran vendidos sólo en farmacias y con receta médica para los menores de edad. ¡La suerte nuestra, hoy en día, es haber avanzado, hacer el amor no es pecado ni vergüenza social. En esos tiempos lo era. Hasta se ocultaba de los hijos que los papás entraban uno dentro del otro y lo pasaban muy bien. Fue lo que aconteció con nosotros y nuestras hijas. Siempre les estaba a dar ideas, y mi mujer me acompañaba, de que en la pieza de los papás no se debe entrar cuando la puerta está cerrada, porque los papás se están a divertir, se están a amar. No era el caso de mi amigo, por su recato. Cuando el empleado me mostró las alternativas de anticonceptivos, eran tantos, de diversos colores, tamaños, formas, sabor. En cuanto yo compraba condones para mi amigo, él estaba lejos, en el fondo de la inmensa farmacia de la ciudad Colchester. Entonces le hice una seña y le pedí que viniera para escoger. él me hizo una señal, recatada también, de que no, no era con él lo que estaba a tratar. Entonces, en voz muy alta, pregunté en inglés: Pancho, aquí hay muchos condones, ¿de qué tamaño prefieres y de cual color?. El joven que me atendía sonrió coqueto y me dijo, su amigo tiene vergüenza, tiene que escoger el señor, y me piscó un ojo. La jugarreta había salido como tiro libre contra mí: ¡pensaba que el amor era para ser echo entre Pancho y yo! En Inglaterra la homosexualidad, en los años 60, había sido legalmente despenalizada entre adultos con uso de razón y consentimiento mutuo. Socialmente, era aún un estigma, nadie quería salir del llamado closet homosexual. El amor dentro del mismo sexo, era feo y sucio para la mayor parte de la población No eras nuestro caso, pero el empleado no entendía ni yo le iba a explicar. Mi amigo quedo furioso por dos motivos: uno, por haberlo llamado, otro, porque lo había hecho pasar, prácticamente, por homosexual - la palabra gay no existía aún, mucho menos en mentes romanas chilenas. A mí, que sabía lo que quería, tanto me daba, pero a mi amigo, no. Y así fue que preparamos la llegada de Mariana y de los niños.

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