O nosso colaborador Josep Anton Vidal, envia-nos este texto sobre um tema que para os catalães e para a Catalunha assume uma grande importância. O idioma de Josep Vidal é o catalão. No entanto escreve-nos em castelhano para que melhor possamos compreender o que nos diz.Porque o castelhano é uma língua que, não sendo a sua, lhe é familiar e na qual gosta também de ler e escrever. Nós, de uma forma geral, lemos com facilidade o castelhano. Porque nada temos contra a língua e a cultura castelhana, mantemos a carta de Josep Vidal nesse idioma.
Josep A. Vidal
La reciente sentencia del Tribunal Constitucional español contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que declara inconstitucionales 14 artículos y señala que otros 27 requieren ser interpretados conforme a la sentencia, ha elevado la crispación del clima político catalán y ha marcado un nuevo hito en el proceso de distanciamiento entre Cataluña y España que se ha ido produciendo a lo largo de los últimos años y que ha cristalizado en una conciencia cada vez más amplia de que la vía autonómica, tal como se ha desarrollado desde la Transición, no sirve para articular un modelo de Estado para España en el que puedan sentirse integradas y corresponsables todas sus partes.
Hay una causa lejana, el franquismo y su vitalidad ideológica, puesto que algunos de los mitos que alimentó sobre el concepto de España y la esencia de lo español, han pervivido y perviven como constituyentes del imaginario colectivo en gran parte de la población española y, lo que es más grave, en el de las fuerzas políticas y sus líderes, tanto de derechas como de centro y de izquierdas. Y hay también una causa remota, primigenia, anterior al franquismo, que, a quienes somos amantes de las hemerotecas, nos regala siempre la angustiosa sorpresa de descubrir en la prensa de cien años atrás palabras y debates que manifiestan idénticas coordenadas de incomprensión, una idéntica incapacidad para articular un Estado moderno, que se reconozca a sí mismo tal como es, en su realidad plural, y que pueda así articular un proyecto de futuro en el que quepan todas sus partes.
La política española ha alimentado secularmente, y alimenta aún, el imaginario español que llevó a Antonio Machado a escribir aquellos versos que tanto se han difundido sobre las dos Españas:
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
- Si en España se apela a estos sentimientos, cualquier despropósito se vuelve aceptable.
- Lo paradójico –trágicamente paradójico– de estos versos de Machado es que esa España agonizante a la que se refiere resucitó con la fuerza y la rabia necesaria para romper el bostezo de la otra España, pero su resurrección estuvo falta de la vitalidad necesaria para regenerarse.
Y así llegamos a la Transición, y así la hicimos. De aquellos polvos vinieron estos lodos, como reza el viejo refrán castellano. La Transición no fue capaz de liquidar el franquismo o algunos de sus componentes. Prefirió disolverlo, es decir, dejar que se mezclara con otras sustancias políticas, sociales, psicológicas... Y ha quedado un poso, un sustrato que recorre y alimenta pensamientos, miedos, atavismos, principios, valores, conductas y afirmaciones, y que surge de vez en cuando con una fuerza inusitada en la voz de algunos líderes de la derecha ultraconservadora, de algunos dirigentes de la Iglesia, de algunos líderes de izquierdas que –paradójicamente– han conseguido hacerse con una aureola de liberales, progresistas. Y que, a pesar de que fueron, sin lugar a dudas, antifranquistas comprometidos en la construcción de una nueva España, a la hora de la verdad no han sabido leer la realidad o no han sabido darse cuenta de que la han leído a través del sustrato procedente de la disolución del franquismo o del imaginario que el franquismo consagró. Aunque tal vez tendríamos que decir "del imaginario que consagró al franquismo", porque atribuir correctamente las relaciones de causa y efecto, en un panorama tan complejo como es la vida y la historia de la España del siglo XX, no resulta nada fácil. Por eso hay que insistir en que, dejando al margen los pocos franquistas de toda la vida más o menos reciclados pero nunca convertidos, que batallan en la política, como los señores Fraga, Mayor Oreja o Aznar, los brotes o apariciones súbitas del imaginario franquista se dan a menudo entre los antifranquistas de toda la vida, incluso entre quienes arrastran un historial y han seguido una trayectoria de cuya honestidad política no puede dudarse.
En el imaginario político español uno de los principios que suscitan una adhesión más unánime es el de la "unidad de España". En este tema los matices políticos entre las distintas fuerzas, partidos y posturas están en lo adjetivo más que en lo sustantivo. Unos dirán "la indisoluble" unidad de España, otros "la sacrosanta", otros "la inviolable" y otros, "la unidad" a secas, sin adjetivos. Pero, en definitiva, todos conceden a ese principio una consistencia tal, que no requiere de ningún tipo de reflexión. Nadie se interroga sobre "qué tipo de unidad", cómo se consigue, en qué se asienta, cuál es el mejor aglutinante para conseguirla y perpetuarla... Y, por supuesto, nunca se llega a plantear si el prerrequisito necesario de la unidad es la voluntad de unirse ejercida en libertad, o qué pasa cuando esa unidad se impone contra la voluntad de alguna de las partes, o cuando se ejerce con la preponderancia de unas partes sobre otras, o cuando se instala en la injusticia o el menoscabo de alguna de las partes que integra...
Esta larga disquisición puede parecer un desenfoque del problema de la inconstitucionalidad atribuida por la sentencia del Constitucional al Estatuto de Cataluña. Pero no lo es. En cuanto se escarba un poco en la realidad española o ésta se lee en profundidad, surgen al momento esas parcelas de "lo intocable", "lo inamovible", "lo permanente", las esencias "eternas"... En España, si se apela a estos sentimientos, cualquier despropósito se vuelve aceptable.
El Tribunal Constitucional niega que el concepto de "nación" sea aplicable a Cataluña con eficacia jurídica, acepta que el catalán es "también" lengua de Cataluña, pero niega que pueda ser "preferente" en el uso en las instituciones catalanas... Niega carácter vinculante, elimina o limita la capacidad jurídica y de actuación de instituciones catalanas como el Consejo de garantías estatutarias, el "Síndic de Greuges" (el equivalente al "defensor del pueblo"), o el Consell General del Poder Judicial, mutila las competencias sobre actividad financiera y entidades de ahorro, la competencia en materia de Derecho Civil –aunque el Estatuto respetaba aquellas que la Constitución atribuye al Estado–. Y retrotrae las coordenadas de financiación y recaudación a la situación de precariedad económica crónica a que ha estado sometida Cataluña durante las últimas décadas. Una situación que ha supuesto un expolio permanente de sus recursos con el pretexto de la solidaridad y la compensación territorial. Una situación de injusticia flagrante, que ha supuesto la asfixia económica de Cataluña. Una situación que ha sido objeto de la protesta de las instituciones y de la sociedad catalana a través de sus instituciones, e incluso de la protesta de los ciudadanos, protestas y reclamaciones que han servido en todo momento para tildar a Cataluña de insolidaria, pese a haber aportado siempre el mayor tributo de solidaridad a las arcas del Estado y, por tanto, a la compensación y el reequilibrio territorial
Y además de los artículos suprimidos, el Tribunal Constitucional da directrices –en una sentencia cuyo texto extenso aún no ha sido hecho público– para la interpretación restringida de otros artículos diversos...
En la sentencia, según lo manifestado y publicado estos días en la prensa, se cita hasta ocho veces "la indisoluble unidad de la nación española" (Avui, 29 de junio, 2010). Aparecen, por tanto, de nuevo los fantasmas. Podemos seguir creyendo que la "unidad" nos ha sido otorgada por la naturaleza, la gracia divina o cualquier otro poder que la sitúa fuera de toda posibilidad de discusión, que podemos seguir sin plantearnos qué es lo que nos une, en virtud de qué tipo de pacto se fundamenta nuestra unidad...
También en las reacciones de los políticos reaparecen los fantasmas: Fraga, el ministro franquista y hoy Presidente honorario del Partido Popular, no pudo evitar concluir que "aunque el Tribunal no ha tocado muchos artículos, está claro que "ese Estatuto no sirve" para nada, y se vio obligado a acabar gritando "¡Viva España!". Por su parte, en el otro extremo político, el socialista Alfonso Guerra, haciendo gala de ese cinismo que suele usar como pátina de inteligencia –debo decir aquí que a mí, que aprecio el cinismo y el sarcasmo cuando son in teligentes, me disgusta enormemente el de Alfons Guerra–, dijo no entender las protestas del President de la Generalitat de Catalunya –José Montilla, que es socialista y andaluz, como el mismo Alfonso Guerra– por la sentencia del Constitucional, porque sólo habían retocado "un cinco por ciento". Alfonso Guerra, que probablemente conoce Shakespeare, debería haber recordado a Shylock y la libra de carne lo más cercana posible al corazón con la que pretendía cobrar su deuda. Sólo la arrogancia y esos fantasmas de que he hablado antes pueden sostener un despropósito tan absurdo. Si se mutila un organismo, la gravedad no depende del tanto por ciento mutilado, sino de la parte mutilada, que siendo minúscula puede ser vital. Yo, por ejemplo, me conformaría con un retoque de a penas el 3 % de la Constitución Española, y estoy seguro de que, si eso fuera posible, a Alfonso Guerra se le congelaría la sonrisa y cambiaría el cinismo por el exabrupto.
Y también el presidente del Gobierno de España, el Sr. Zapatero, ha manifestado estar satisfecho con la sentencia. Este mismo señor prometió en Cataluña, antes de empezar el proceso de redacción del Estatuto ahora mutilado, que apoyaría "el Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña". No fue así, naturalmente. El Parlament de Catalunya elaboró, pactó, redactó, discutió, enmendó y aprobó el texto que fue enviado a Madrid para ser debatido en las Cortes (el Parlamento español es bicameral; por tanto, fue debatido por el Congreso de los Diputados y por el Senado). Y allí volvieron a repetirse los pactos, las lecturas, los acuerdos, los debates, las mutilaciones y los redactados alternativos... Alfonso Guerra, presidente de la comisión de evaluación del Estatuto, dijo entonces: Lo hemos cepillado como un carpintero... (aquí, el cepillado se refiere al trabajo de rebaje que efectúa el carpintero con la "garlopa")... Así pues, debidamente cepillado, el Estatuto obtuvo la aprobación del Parlamento español, volvió al Parlamento de Catalunya, que lo sometió a referendo del pueblo de Catalunya, que lo aprobó por mayoría, si bien la participación fue baja y mostró los efectos de un proceso que había sido agotador, decepcionante y traumático. A continuación fue sancionado por el Rey y publicado para su entrada en vigor.
Inmediatamente, el Partido Popular presentó recurso de inconstitucionalidad de más de un centenar de artículos. También el Defensor del Pueblo –el socialista Fernando Múgica, nombrado durante el mandato del popular José María Aznar–, presentó recurso de inconstitucionalidad, como también lo hizo alguna comunidad autónoma presidida por el PP. Pero al mismo tiempo que se presentaban los recursos de inconstitucionalidad se dio otro fenómeno curioso y paradójico: algunas comunidades autónomas que estaban comprometidas en el proceso de redacción de un nuevo Estatuto de Autonomía, tomaron el Estatut de Catalunya como referente. Por eso, completados los respectivos procesos de aprobación, hoy existen en España comunidades autónomas cuyo Estatuto de Autonomía contiene artículos en vigor que han sido suprimidos o modificados por el Tribunal Constitucional en el Estatuto de Cataluña.
Para dictar su sentencia, el Tribunal Constitucional, formado por jueces designados en función de cálculos probabilistas de los distintos partidos, ha necesitado 4 años, seis borradores y un cúmulo de actuaciones que han desprestigiado al Tribunal y lo han situado claramente en el terreno de lo ridículo.
Ahora, todo queda abierto. Ya se verá hasta qué punto Cataluña, sus fuerzas políticas y la sociedad civil, son capaces de articular y mantener una respuesta unitaria. El PP y otras fuerzas afines, claman por someterse a la sentencia y empezar a revisar, para adecuarla a lo que queda del Estatut, toda la tarea legislativa hecha por el Parlament de Catalunya durante los 4 años de vigencia del Estatut ahora mutilado y desvirtuado, sobre la base de que no hay ni puede haber "pacto" entre España y Cataluña, porque Cataluña es España, y por tanto no se trata de dos entidades que puedan ponerse en el mismo plano para pactar nada. Otras fuerzas, acatan pero no comparten ni aceptan la sentencia y reclaman la restitución completa del Estatut que votó el pueblo de Catalunya (el mismo que habían "cepillado" y aprobado las Cortes españolas, y el mismo que sancionó el Rey), basándose en la necesidad de restablecer el "pacto" y el entendimiento entre Cataluña y España. Otras, en cambio, declaran cerrada la vía autonómica y no ven otro futuro que la independencia, basándose en un movimiento cívico que ha ido ganando espacio bajo la reivindicación del "derecho a decidir" y que ha cristalizado en las consultas sobre la independencia de Cataluña que se han ido realizando en los distintos municipios de Cataluña.
Así, a pocos días de las vacaciones del verano. En septiembre, con las elecciones autonómicas en Cataluña a la vista y la crisis económica galopante, y el desgaste político del gobierno Zapatero, y las ambiciones del PP, y las estrategias de todos los partidos españoles, veremos cuál será el panorama.
sábado, 3 de julho de 2010
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Muito dificilmente, percorrendo o labirinto jurídico-institucional do estado espanhol, alguma das nações nele integradas alcançará uma autonomia política plena. Em algumas comunidades autonómicas, os funcionários do Estado apenas têm que atender os utentes em castelhano, podendo ignorar os idiomas locais. É lógico, e à luz das teses espanholistas, faz todo o sentido. Catalães, bascos, galegos, não podem pedir ao estado centralista que lhes faculte mecanismos institucionais para se libertarem. Não vejo saída para este problema que não passe por uma ruptura. A lógica nacionalista catalã, basca ou galega não é ajustável à tese de uma Espanha una. E os maniqueísmos não adiantam.
ResponderEliminarTive uma experiência numa visita ao ministério da saúde em Barcelona, em que fui acompanhado por um funcionário do governo central e, meus amigos, aquilo era pior que um dragão casar com uma lampiona...
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